miércoles, 9 de enero de 2019

Lo que esconde Silver Lake

Esconde más de dos horas de tedio.

Cuando terminó la película no tenía muy claro si era una mierda o el problema es que no la había entendido, si bien ambas opciones son perfectamente compatibles. El caso es que la disfruté tanto como habría disfrutado una patada en mis partes pudendas.

Sin tener muy claro lo que pretende contar, es la historia de un obsesionado con los acertijos que se obsesiona con su vecina y al desaparecer ésta se dedica a buscarla por los ambientes más sórdidos y selectos de Los Angeles, no sé si pretendiendo emular a Eyes wide shut, y se ve metido en una espiral de fiestas, drogas, sexo y psicodelia, hasta el punto de que uno se pregunta si se ha equivocado se sala y se ha metido a ver la secuela de Amanece que no es poco. 

Toda la película discurre por un camino errático, en el que nada parece llevar a nada y la sensación que invade es de ser una ginkana cuasialeatoria en la que el protagonista va resolviendo pistas sin orden ni concierto, sin que nada tenga sentido, ni sus razonamientos (abusando del "yo la suelto, a ver si cuela") ni muchas de las subtramas que deja colgando, o presenta sin que tengan ninguna relación aparente con la trama.

También me da la sensación de ser una película pretenciosa, que se viste de elementos de cultura pop, como si pretendiera ser una obra de culto, y a veces incluso se diría que hace burla de eso mismo, rompiendo la cuarta pared (que Andrew Garfield aparezca con un cómic de Spiderman tiene su coña, es verdad) y con escenas que bien podrían ser un curioso homenaje a Matrix, como la entrevista con el compositor. Aunque sean tramos que argumentalmente van de ningún sitio a ninguna parte.

A eso le sumamos que el metraje es excesivo (aproximadamente dos horas y cuarto) y el ritmo cansino, y tenemos una película a la que no salva una buena selección musical, muy pensada para rememorar los finales de los 90.

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