jueves, 22 de abril de 2010

De bombillas

...y tienen un plan.

De peleas con bombillas va el día de ayer. Una doméstica y la otra sanitaria.

La doméstica, como podrá bien imaginarse el buen lector, era que tuve que enfrentarme al dilema de cuántos Jókines se necesitan para cambiar una bombilla. La respuesta es que uno (aunque con ayuda), pero la tarea resulta más ardua de lo que podría suceder.

Pues resulta que la lámpara de mi salón no tiene bombillas de rosca normales, sino que se encajan, y para desencajarlas hay que pegar un tirón, que si tenemos en cuenta que se encuentran dentro de una especie de cubo grueso de cristal, la cosa se complica, y se convierte en toda una gesta que requiere destreza y sobre todo paciencia. Añadiré que la vez que el casero estuvo para explicarnos cómo se hacía, se tiró media mañana para cambiar tres bombillas.

Eso hace que tenga más mérito que ayer consiguiera cambiar una. Bueno, cambié dos, pero el estado de difunto que presentaba uno de los cables hizo que ahora tenga una bombilla no operativa en el salón.

Bien distinta es la otra bombilla de la que hablo, pues cambio de registro y me voy al mundo de la óptica, ya que ayer me tocaba la revisión anual.
¿Qué estás haciendo, Dave?

La revisión, en la que te dan ese adorable colirio dilatador de pupilas, suele tener una serie de pruebas oculares, en las que te miran físicamente el ojo, antes de darte paso al especialista, quien se encarga de que sepas leer y cantarle correctamente las letras.

Esas tres pruebas son primero una en la que tienes que mirar por un agujerito y aparece una casita que se enfoca y desenfoca, y que no reviste más misterio. La segunda, que tiene algo más de complicación, y que a mucha gente le resulta desagradable, es la de tensión ocular, que te hace mirar por un agujerito, esperando a que un chorro de agua fusile tu córnea. Y la tercera, mi gran amiga, es la máquina que no sé muy bien para qué es exactamente, creo que escanear la retina, y que siempre que voy me trae por la calle de la amargura.

Tienes que apoyar barbilla y frente y mirar sin pestañear ni mover un ápice los ojos, a la luz central, mientras un escáner te hace la inspección ocular. Y no sé qué narices pasa (igual "nariz" es la clave) que nunca sale a la primera, y siempre acabo necesitando cerca de una decena de intentos hasta que sale bien. Y ayer, claro, no iba a ser menos, y tuvimos que acabar con una enfermera sujetándome los párpados, como a un Malcolm McDowell cualquiera, hasta que por fin la máquina tuvo a bien emitir su veredicto.

Resultado favorable, todo OK. El año que viene otra vez revisión.

NOTA: Pese a todas las cosas que cuento aquí, donde parece que operarse los ojos y todo lo que viene detrás es un calvario, recomiendo encarecidamente el láser a quien tenga problemas de visión (y 2000 euros disponibles), pues es una de las mejores cosas que he podido hacer en la vida.

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