lunes, 8 de agosto de 2016

Vuelta a casa de las TdN 2016

La península casi enterita.

Reventado tras 12 horas de viaje pero con la mochila llena de vivencias positivas (y ropa sucia) vuelvo a casa después de haber disfrutado otro año más de las maravillosas jornadas Tierra de Nadie. Y dado que ahora estoy lo que viene siendo descojonado, y las TdN siempre me dan mucho de que hablar, hoy me limitaré a lo fácil, a hablar de la ida y la vuelta.

Para ir había comprado billete de autobús a Madrid, donde me reunía con unos amigos que bajaban a Mollina desde ahí en coche. El viaje, a pesar del madrugón, y de la señora que tenía detrás que hablaba por teléfono como si estuviera en el salón de su casa, se hace cómodo, y el camino en coche hasta Andalucía se hace bastante llevadero, pues la ilusión por el evento nos da energía. Llegamos, nos instalamos en el hotel en el que pernoctamos el miércoles, nos sablean con la cena y aprovechamos para dormir varias horas seguidas, un lujo que durante las jornadas es difícil permitirse.

Me salto con un fundido en negro las jornadas en sí, ya habrá tiempo para ellas, y me transporto a hoy lunes a las 8:30 de la mañana. Puede parecer que no es excesivamente pronto para levantarse, a menos que te hayas acostado a las 6:30 y hayas estado varios días durmiendo una media de 4 horas.

Desayuno, me despido de la gente que veo por ahí, agradezco a los organizadores la colosal tarea que año tras año se meten entre pecho y espalda para que esto sea posible y poco más tarde de las 9:30 ya estamos en el coche, con bastante menos energía que al venir.

Calor y sobre todo cansancio son compañeros de viaje en un Mollina-Madrid en el que mis esfuerzos por no quedarme dormido fracasan en más de una ocasión, pero llegamos sin demasiadas incidencias a Madrid a la hora de comer. Comemos y es cuando empieza la peor parte del viaje: el autobús.

Así como para ir cogí un Supra, para la vuelta me tuve que conformar, por cuestión de horarios, con el normal: casi 5 horas encogido en un autobús sin enchufe al que conectar el portátil y encima un bebé que se pasa casi todo el viaje berreando. Y así hasta que hace apenas media hora he llegado a Bilbao, y por tanto a casa. Ahora me voy a morir un rato, despertadme pasado mañana. Mi cuerpo ya está en Bilbao pero parte de Jokin aún sigue en esa fábrica de sueños que es el CEULAJ.

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