sábado, 26 de abril de 2014

Segoviando

Estampa inconfundible 

Este año, a diferencia de otros, sí he cogido vacaciones en la semana de Pascua, lo que sirvió para coger el coche y hacer una incursión más o menos aleatoria por Castilla, "donde nos lleve la autopista". Aunque había una ciudad a la que tenía ganas, y ahí acabamos: Segovia.

De Segovia, que fuera capital del Reino, destaco dos cosas: cuestas y gastronomía (bueno, e iglesias, que hay como unas 40, casi una por esquina). Ese equilibrio entre el Gym y el Ñam, con un montón de sitios en los que comer bien (que no barato) y muchas, muchas cuestas. Bueno, la verdad es que tantas no son, ya que Segovia es realmente pequeñita, pero en su casco antiguo son pocas las calles llanas. Y tiene cojones que esto lo diga uno de Bilbao.

 
El Alcázar por fuera

Por ser un poco sistemático, el martes, que fue el día de llegada, nos alojamos en el primer hotel que pillamos (íbamos a la aventura, sin reserva) y dimos una vuelta, para luego quedar con unos amigos segovianos (es lo que tienen las jornadas de rol, que acabas conociendo frikis en todas partes) para cenar. El miércoles otro paseíllo por el casco antiguo (esta ciudad es lo que tiene, es muy paseable) y cogimos la visita guiada por la ciudad, que incluía catedral (espectacular) y Alcázar (también espectacular). Para comer, al famoso José María, a por cochinillo cortado al plato, que es a lo que habíamos ido a Segovia.

Por la tarde, una vueltilla por los aledaños y llegamos hasta la iglesia de la Veracruz, una Iglesia de la orden de Malta, pero nos la encontramos cerrada, así que cuestas arriba, cuestas abajo.

El jueves intentamos ir a la Granja (que ni tiene bichos ni na), y de hecho vamos, pero la torrencial lluvia nos impide disfrutar de los jardines, así que nos vamos al palacio de Riofrío, que nos sorprende agradablemente, sobre todo por los dioramas de la fauna ibérica, muy chulos.

El Alcázar, por dentro.

Por la tarde, después de comer, un paseo por el acueducto (por abajo, que por arriba no dejaban) nos lleva al Monasterio de San Antonio el Real, donde la entusiasta guía nos ofrece una amplia e interesante exposición de arte sacro y arquitectura mudéjar.

El viernes por la mañana damos los últimos coletazos segovianos, como la segunda visita al Alcázar, con ascensión a la torre incluida y una visita al museo gastronómico (con jamón y queso para catar), sumados a una frustrada visita a la anteriormente mentada iglesia de la Veracruz, que cerraba a la 13.30... como pudimos comprobar al llegar a las 13:31.

Cogemos el coche y abandonamos Segovia rumbo a Pedraza, precioso pueblo conocido sobre todo por haber sido el escenario del horripilante anuncio de la lotería en 2013, pero cuya visita merece la pena. Allí comemos (tampoco es barato) y después de dar una vuelta (ya no llovía) volvemos a la carretera y al Norte. Y mediando una breve parada en Lerma, regresamos finalmente a Bilbao. Culturizados, pero menos hinchados a comida de lo que nos temíamos.

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