martes, 31 de octubre de 2017

Legodía

Everything is awesome...

Otro día en la excursión bávara, esta vez le toca el turno a la excusa que usamos para hacer este viaje. En mi cumpleaños, allá por abril, mi señora novia tuvo a bien regalarme una entrada para ver el parque temático de Lego, y nos decidimos por el de Alemania, en Günzburg.

Primero había que ir hasta ahí, lo que implicaba madrugar. Compramos la noche antes los billetes de autobús por Internet, y nos plantamos con el tiempo justo en la estación, para coger el Munich-Amsterdam, que hacía parada en el parque, y era la mejor opción.

Ya estábamos ahí, tocaba disfrutar del parque. Como es de esperar, mucho niño por ahí suelto (no nos engañemos, es fundamentalmente un parque para niños) y bastante frío, pero eso no significa que no se pueda disfrutar siendo adulto. Probé alguna de las atracciones "movidas", aunque como a mi acompañante no le motivan mucho, tampoco me quise pasar el día pegando botes. 

De entre las cosas que vimos, lo que más me gustó, y lo que esperaba ver, era la parte de las reproducciones en Lego de ciudades alemanas, edificios emblemáticos y la sección de Star Wars, que era genial. 

También tenían su encanto los trenes que recorrían todo el parque, y algunas otras cosas que vimos, como una atracción ambientada en la película de los ninjas, una especie de recorrido interactivo en 4D, en el que había que lanzar shurikens virtuales a enemigos virtuales, con un recorrido que te subía la temperatura cuando había fuego, la bajaba cuando había hielo y cosas así.

No me voy a extender más, por vagancia, con batallitas del parque (otro día, si eso), y me voy a la hora de salir. Recibo en el móvil el fatídico mensaje de Flixbus: "retraso de 40 minutos en el autobús" (puntualidad alemana, decían). Ahí nos tiramos tres cuartos de hora a la intemperie alemana y a oscuras, esperando al autobús, con la duda de si realmente aparecía (no olvidemos que estábamos a 115 kilómetros de Munich), o la duda de su estábamos en el sitio correcto, pero preguntando a otro de la marquesina, con mi alemanglish, nos confirmó que era ahí, y finalmente llegó el ansiado autobús.

Una vez en Munich tocaba cenar, así que probamos un sitio que nos habían recomendado, la Agustiner Keller; una cervecera con mucha solera, donde me meto entre pecho y espalda un plato típico (algo impronunciable que creo que empezaba por O), con carne de buey, setas y patatas a la pimienta que está cojonunden, oigan.

Y ya de ahí a casa, que había sido un día de mucho movimiento.

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