Hordas de opositores, armados con documentos.
Retomo a esta categoría tan esporádica, en la que de vez en cuándo me voy acordando de mis trabajos previos al actual, para referirme en esta ocasión a mi primer contrato en la Administración Pública, en lo que en su día fuimos a llamar:
El comando OPE
Era marzo de 2007 y los exámenes de las oposiciones de la Diputación (aquellas que no saqué) habían terminado, y ya solo tocaba estar a la espera. Y lo cierto es que fue una espera muy breve, pues en seguida recibí la llamada de Gobierno Vasco. Unos meses antes, en plena vorágine de estudios, me había presentado a un examen para bolsa de trabajo que organizaba el IVAP (Instituto Vasco de Administraciones Públicas), con tan buen tino que saqué la segunda nota más alta de cuantos nos presentamos (y estamos hablando de un examen al que concurrimos miles de aspirantes), y aunque no tener la IT txartela de Word avanzado me quitó muchos puntos, seguía estando muy bien posicionado en la lista (de hecho, fue de esa lista de la que me llamaron para el trabajo de Vitoria en el que estaría 6 meses antes de venirme a Diputación).
Nos citaron un lunes a primera hora a unos cuántos en Gran Vía 85, sede de la delegación territorial de Gobierno Vasco en Bilbao, y recuerdo que una cosa me fascinó: ¡gente sonriendo un lunes por la mañana! Nos explicaron un poco por encima de qué iba la cosa (recoger y registrar la documentación de la futura oposición de maestros) y nos mandaron al que sería nuestro lugar de trabajo: unas oficinas en la calle Nicolás Alkorta, a solo un par de portales de la oficina en la que llevo ya casi 10 años.
El trabajo era el siguiente: estar en los ordenadores, recibir a los opositores que venían para comprobar y cotejar la documentación que tenían que entregar, compulsar las copias, registrarlo todo en el ordenador y darles el justificante. Nada especialmente complicado, y tampoco muy estresante salvo picos puntuales.
Pero pasaba una cosa, y es que no sé muy bien por qué, el plazo para entrega de documentos se aplazó una semana, de manera que durante 5 días nuestro trabajo consistía en no hacer absolutamente nada. Solo estar delante de un ordenador del que no teníamos las claves, pues hasta que empezara todo no nos las podían generar. Así varias horas al día. El saludo de despedida era "mañana más, porque menos no se puede".
Como éramos todos más o menos del mismo mundillo, pronto hicimos cuadrilla, e ir a trabajar era un poco como ir al txoko (suena a chiste, pero durante esos 5 días tampoco podíamos hacer otra cosa), y teníamos una especie de cocina con microondas, para la que cogimos galletas, leche, café... y pasábamos las horas muertas.
Es verdad que cuando empezó el aluvión de gente la cosa cambió mucho, y que sobre todo los primeros días aquello era un no parar. Pero como suele pasar con este tipo de campañas, la gente es más de entregar las cosas al principio que al final, y los últimos días casi volvían a parecerse a esa relajadísima primera semana. Al menos ahí ya sí que teníamos Internet.
Nada es para siempre, y aquel contrato se nos terminó. Pero quedan para el recuerdo aquellas semanas tan bucólicas, de las cuales incluso conservo algún amigo.
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