miércoles, 11 de julio de 2018

Donante

Ya podía ser así, pero no.

Para todo hay una primera vez, y hoy ha sido la primera vez que he donado sangre. Es algo que siempre había querido hacer, no es broma, pero pensaba que no podía, debido a una hepatitis que me tuvo casi todo el verano en la cama cuando tenía 9 años. Pero el viernes me abordaron de un autobús de donaciones y me dijeron que sí podía. El mismo viernes no me era posible, que iba a estar fuera, pero hoy que he podido me he acercado al ambulatorio.

A ver, el proceso agradable no es. Primero con el formulario, que no horroriza pero es un poco pesado (esto es como ir al banco: te hacen un montón de preguntas, firmas papeles y luego te sacan la sangre) Luego la extracción en sí, en la que te inyectan la perforadora de una plataforma petrolífera en el brazo, mientras te van absorbiendo los jugos vitales. Uno, ante esa situación, trata de mirar en otra dirección y distraerse, pero en la tele estaba sintonizada Telecinco, con una entrevista a Eduardo Inda, de manera que no tengo muy claro qué es peor. Y por último, la parte también aburrida de estar con el brazo algodonado mirando al techo (podría mirar a la tele, pero recordad lo que había).

Cuando por fin termina la sesión llega la parte buena, que es la de la bebida y el bocadillo, y luego a casa. Dentro de tres meses, a pasar otra vez por caja.

No mentiré, no es un plato de gusto, pero realmente me ilusionó mucho saber que podía hacerlo, y que con esto seguramente esté ayudando a alguien. Un pequeño deber ético cumplido.

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