Imperio pesado, debería llamarse.
En 2016 salía Ghostbusters, una maravillosa versión modernizada de Cazafantasmas, que pese a ser injustamente vilipendiada y vapuleada por los sectores más rancios de Internet, fue una de las películas más divertidas del año, y en 2021 salía Ghostbusters: Afterlife, un trasunto soso y aburrido de Stranger Things, cuyo único mérito era el de apelar a la nostalgia con un cierre que traía de nuevo a los personajes originales a la pantalla.
Y pudiendo hacer una secuela, que por desgracia nunca veremos, de la de 2016, optan por continuar la de 2021, y aunque tiran por algo más continuista, devolviendo la acción a Manhattan, consigue ser aún más tediosa que su predecesora, sin un ápice de la chispa de la original, sin descaharrantes momentos de acción y humor, y con protagonistas más sosos que el pan sin sal. Además, tarda horrores en arrancar, y cuando lo hace se convierte en lo más insulso y genérico que se pueda echar uno a la cara, consiguiendo que las dos horas que dura se hagan insufriblemente largas.
Prometo que fui al cine con la intención de pasar por alto el patinazo que fue Afterlife y predispuesto a disfrutar esta nueva entrega. Pero de verdad que no me ha sido posible.
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