jueves, 21 de abril de 2016

Kiki, el amor se hace

Pieza de fruta sin simbología de ningún tipo. 

Si algo tiene esta película en su contra es que no puede evitar evocar una cierta aureola de caspa, tetas fáciles y el landismo más rancio, pero sería injusto valorarla en esa medida. Cierto es que el sexo tiene importancia en esta película (a fin de cuentas, va sobre parafilias), pero las escenas de sexo explícito, que las hay, son pocas y están al servicio de la historia, y no al revés. Cierto es que es una cinta muy peculiar, y que no gustará a todo el mundo, pero tiene su cierta gracia, con algunas escenas que sí me parecieron interesantes, destacando la escena de Paco León con su nuevo mejor amigo en los baños de ese bar tan especial, el atraco en el parking o la tronchante escena en la que un sordo utiliza un servicio de videointérpretes para llamar... a un teléfono erótico.

"Kiki, el amor se hace" es una película de historias más o menos cruzadas, en las que cuenta cinco historias de amor (algunas, como la del médico y su mujer, o la de la pareja de feriantes, bastante insanas, por no decir cosas más feas) en las que las formas de entender el placer son "poco habituales", presentándonos filias tan peculiares como Dacrifilia, Elifilia, Somnofilia, Dendrofilia o Harpaxofilia y cómo estas afectan a las relaciones humanas (diría de pareja, pero alguna de las historias también se sale de ese molde).

Es rara, no lo vamos a negar, y tiene momentos que pueden ser cuando menos "rompedores", pero tiene su gracia y resulta entretenida. Y particularmente agradecí la presencia de Natalia de Molina, que es un regalo para la vista (también salen señores que agradan la vista, pero evidentemente me interesan menos).

Lo que sí tiene son momentos muy poco creíbles, con alguno que directamente raya la ciencia-ficción, como ese momento en el que el protagonista pide un cubata en un pub Madrid y se lo dan hecho, y en un vaso ancho. En ese momento, la suspensión de la incredulidad se va al garete.

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