La comida del domingo.
Ya de vuelta en casa, tras una de los proverbiales encuentros zaragozanos que solemos hacer, y que nos permiten sentirnos durante un par de días como el grupo de veinteañeros que se conocieron hace ya varios lustros y no los señores mayores que somos.
El viernes tocó el autobús y al llegar a Zaragoza, novedad, checkin en el hotel. Esta vez prefería saltarme la parte del piso patera y vaya si ha sido una buena elección, pues además de permitirme dormir en una cama de verdad podía hacerlo en un sitio sin gatos, lo que me vino bien porque sí me dio algo de alergia.
Del viernes recuerdo jugar a Secret Hitler y Quartermaster General (juego de la Segunda Guerra Mundial) con Alemania, con lo que de nazis iba la cosa. Cenamos unas pìzzas, nos ponemos al día y me retiro pronto.
El sábado por la mañana jugamos una partida masiva al Heat (de fórmula 1), que no gano pero al menos rasco podio. Luego vamos a por la comida (pokés) y por la tarde nos estrellamos contra el X-com (juego cooperativo de gran dificultad).
Salgo a dar una vuelta y airearme y por la tarde-noche una de picotear mierdas y reunirnos alrededor de la consola, con juegos arcade viejunos, donde descubrimos el añejo y caótico (a la par que estresante) Pigskin y después una larga partida de La cosa, que se prolonga hasta las 2 de la mañana.
Retirada a la cama y el domingo por la mañana estamos todos cadavéricos. Un poco de consola con retrojuegos de fútbol, partida a Circo Maldito y a comer cachopo. De sobremesa hacer tiempo jugando a Skull King (me retiro sin terminar, para echar una siesta en el sofá, y aún así no quedo último) y al autobús, donde sin haberlo planeado volvemos todos a Bilbao en el mismo. Vengo encajonado, en compañía de la Switch y Xenoblade Saga. A eso de las 21:15 llegábamos a Bilbao y por fin en casa.
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