Hace una semana tuve que llevar el coche a pasar la ITV, que como ya conté, arrojaba un resultado desfavorable, lo que suponía reparar y volver a examinar.
Mi coche, como los malos estudiantes (verbigracia yo en mi época universitaria) había suspendido el examen de junio, así que le tocaba estudiar para verano y énfrentarse al examen de "septiembre", para lo cual lo llevé a una academia para que le dieran clases particulares (lo que viene siendo llevarlo al taller) donde me lo reprogramaron para reducir las emisiones y le cambiaron alguna bombilla que se había fundido, quedando el tema en unos 40 euros, bastante, pero bastante menos de lo que yo me temía que pudiera ser.
Ayer tocaba ir a la segunda revisión, cosa más rápida, dado que no se requiere cita previa y no te examinan el coche entero, solo de las asignaturas suspendidas, y en seguida me atendieron, aunque el examinador era un tipo tirando a borde, con cara de pocos amigos y la amabilidad de un cactus, que no fomentaba precisamente mi tranquilidad. Menos aún cuando al acabar el examen y mandarme aparcar el coche fuera, mostraba su gesto severo mientras rellenaba los impresos, sin dejarme acercarme para ver lo que estaba poniendo (cuando lo habitual suele ser que sí te dejen). En esos momentos, por mucho que en el taller me hubieran jurado y perjurado que el coche pasaría la ITV, mi tranquilidad no alcanzaba precisamente máximos históricos (dejo a elección del lector hacer el chiste fácil con la locución "máximos histéricos") y ya me veía volviendo a Bilbao a pata, pero cuando finalmente le vi aparecer con la pegatina de "vuelva el año que viene", pude suspirar aliviado.
La segunda parte de la tarde implicaba ir al aeropuerto, con mi flamantemente aprobado coche a recoger a mi señora madre, que volvía de Turquía, en un vuelo que supuestamente aterrizaría en Bilbao a las 18:00, mas quiso la Ley de Murphy que las cosas no fueran tan sencillas, y dispuso el tan odiado precepto legal que el vuelo se retrasara y llegara como una hora y media tarde, resultando con un Jokin que se tiró dos horas esperando en el aeropuerto, en un alarde de diversión, algarabía y jolgorio. Y como además no aparqué en el parking, sino en la zona de recogida de pasajeros, no podía alejarme mucho del coche, ya que supuestamente el tiempo máximo de estacionamiento es de 5 minutos. 5 minutos que se acabaron estirando a unos 120.
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