La gastronomía, parte fundamental del turismo.
Como ya comenté por aquí, este fin de semana he visitado la "Ciudad eterna", que es una de mis favoritas y que nunca me canso de visitar, en una visita que aunque breve, ha sido muy especial, tanto por la ciudad como por la compañía (y por los helados, claro).
Llegábamos a Roma a eso de las 12 de la noche al apartamento que habíamos reservado. Acogedor, a pesar de su carencia de ascensor, pero con un problema gordo: las camas no eran especialmente cómodas, y lo que es peor, las ventanas no tapaban nada el ruido de la calle y era horrible dormir con tanto coche. Pero bueno, para dormir ya tengo mi cama.
Vamos al sábado, con el madrugón horroroso. Había que ir pronto al Vaticano, y lo bueno es que estábamos alojados a 10 minutos andando del pequeño Estado. Contratamos una visita guiada y nos tocan un poco la vaina, con la supuesta entrada "sin esperas", que era mentira. Estuvimos como una hora esperando, parte de ella con el guía desaparecido sin dar explicaciones. A punto estamos de marcharnos y pedir que nos devuelvan el dinero, pero nos quedamos y acaba mereciendo la pena, pues un sitio de estos con guía gana mucho. Especialmente es interesante la parte de la explicación del gol que Miguel Ángel le coló al Papado con una pintura tan realmente irreverente como es la Capilla Sixtina.
Obteniendo agua bendita.
Después de ver los museos toca la parte de trabajo físico, subiendo a la cúpula. Aunque debería decir cópula, pues vaya si jode subir tanto peldaño y tan torcido. Pero lo hacemos, nos plantamos arriba del todo y disfrutamos de las vistas de Roma. Además, el tiempo acompaña.
Luego bajamos y admiramos la grandeza de la Basílica de San Pedro, hecho lo cual, nos vamos a comer. Dado que ya eran casi las 3, acabamos comiendo en el primer sitio que pillamos. Error. No es que se comiera mal, simplemente que había sitios mucho mejores. Y tras comer, comenzamos nuestra andadura hacia el Coliseo, con obligada parada de avituallamiento heladil.
De camino al Coliseo vamos viendo espectaculares iglesias y estatuas prácticamente en cada esquina, columnas, villas romanas, ruinas en general... lo que viene siendo Roma, y hacemos una parada en la Plaza Venecia, contemplando el Palatino. Seguimos avanzando, a su izquierda la famosa columna de Trajano, por ahí el Arco de Constantino... llegamos al Coliseo, pero dado que queda poco para cerrar, lo dejamos para el domingo y vamos a ver la Pirámide de Cestio, que la otra vez me quedé con las ganas.
Al igual que media ciudad, la pirámide está llena de andamios, pero la vemos. Seguimos paseando, en busca de la Boca de la Verdad (esa que se ve en tantas ferias y demás, pues la de verdad), haciendo una parada en una pizzería de barrio. Delicioso.
Al fin pude verla.
Sigue la ruta. De la Boca de la Verdad vamos a la Fontana de Trevi, para ver que está vacía y completamente andamiada, tanto que no se ve. De ahí a la Piazza Spagna, para hacer hambre a la hora de la cena, previa pausa tomando unos zumos en un sitio que por su música no sé si es un bar o un Bershka.
Toca la hora de la cena, en un sitio junto a la Fontana, un tanto decepcionante, aunque es cierto que la comida estaba más rica de lo que parecía (si bien el rissotto estaba recalentado). Un gelatto y un buen tiramisú en la heladería de enfrente lo compensan, en cambio.
De camino al apartamento, paramos para ver el Panteón, y de camino, a la altura del Vaticano nos cae un chaparrón de esos de los que dan ganas de ir cogiendo animales de dos en dos para meterlos en un barco, llegando cansados (unos 17 kilómetros nos metimos) y empapados. Lo primero, el cansancio, ayuda a dormir.
Pero no mucho, que el vuelo salía a las 16:00 y había que aprovechar la mañan. Cogemos el metro y nos plantamos en el Coliseo. Rechazamos la oferta del guía callejero y vemos que hay una horripilante cola para comprar los billetes.
No pasa nada. El billete para el Coliseo sirve para el Foro romano y viceversa. Esto quiere decir que si compras el billete en la mucho menos concurrida taquilla del Foro (que está al lado) puedes entrar casi de inmediato en el Coliseo, que es lo que hicimos. Vimos un rato el Coliseo, vimos un rato el Foro y volvimos al apartamento a recoger las cosas.
Y justo al lado del apartamento, nuestros ojos se fijan en un discreto restaurante de barrio, y unos comensales de Pamplona que están ahí nos dicen que el sitio les ha encantado y que han acabado comiendo ahí todos los dáis. Probamos suerte y la verdad es que el consejo no era en balde: el sitio en el que más a gusto he comido de todas las veces que he ido a Roma. Concretamente me tomé unos spaghetti carbonara que estaban como para liarse a mordiscos con la olla. Si a esto le sumamos precio razonable y trato muy amable, hacen de este un sitio francamente recomendable.
Via Angelo Emo 75 (detrás del Vaticano, metro Cipro). Cuando vuelva a Roma, ahí pienso ir a comer otra vez.
Ya con la barriga llena, nenes contentos, cogimos nuevamente el metro para en Termini (estación de central de trenes) coger el billete para el aeropuerto, 14 euros y unos 50 minutos. Tocaba volver a Bilbao. Fue bonito el fin de semana.
Volveremos.
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