Mi oficina vespertina.
Hace ya unos días que se terminó el horario de verano, y con el horario de invierno vino la reapertura de la oficina de atención al público en la que trabajo por las tardes, y de hecho ya la semana que viene me tocó volver a atender a gente por las tardes desde la oficina. Pero hoy no ha sido así, debido a que como parte de las medidas de contención contra el coronabicho, las altas esferas han decidido que por la tarde solo se habiliten la mitad de los puestos y el resto hagamos la tarde trabajando desde casa, de manera que nos alternamos y hacemos una semana las tardes en la oficina y la otra desde casa. Y hoy ha sido el primer día que volvía a teletrabajar desde que volvimos a hacerlo de forma presencial en mayo.
El trabajo obviamente no es el mismo, pues no me van a venir los usuarios a casa para que les atienda (quedaría raro), sino que se centra sobre todo en atender llamadas telefónicas (hoy ha habido suerte, pero hay días en los que solo quieres quemar el ordenador) y revisar las entradas telemáticas que nos entra por sede, que como es lógico, cada vez son más numerosas.
Lo que es el trabajo, reconozco que me gusta más el que hago cuando me toca ir, que la atención al público tiene su encanto y el teléfono lo odio. Pero ah, poder trabajar en calzoncillos... Sí, vale, técnicamente podría hacer eso en la oficina, pero supongo que me mirarían raro. Además, mi sofá es mucho más cómodo que la silla de trabajo. Contra eso sí que no se puede competir.
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