Agazapado y al acecho.
Una de las anécdotas más simpáticas del fin de semana en Madrid la protagoniza el felino que habitaba el apartamento en el que me alojé.
Me habían avisado ya de que había un gato en el balcón, así que como soy alérgico, tenía que tener cuidado. Pero para airear un poco el cuarto, abría las ventanas. No de par en par, pero sí un poco, lo justo para que no pudiera colarse el felino.
Pero como es de esperar, no se pueden poner puertas al campo ni límites a un gato, y cuando estaba echando una mediosiesta y jugando a la Switch, vi cómo atraído por el ruido de la consola, y con todo el morro del mundo, el gato intentaba colarse, sin cortarse ni un pelo.
¿Tiene usted un momento para hablar de nuestra señora Bastet?
Vale, la historia en sí no es gran cosa, y menos así contada. Pero como el gato era muy bonito y simpático, aproveché para para tomar pruebas y dejar constancia gráfica de sus fechorías.
Atraído por el ruido de la consola.
Sorprendido en uno de sus intentos.
Finalmente se salió con la suya.
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