Raúl Arévalo en el cartel me vendió la película.
Carlos es un ejecutivo que trabaja para una multinacional petrolífera y es enviado al país africano en el que años atrás trabajó como cooperante para resolver el secuestro de un ingeniero americano por parte de un terrorista que resulta ser su viejo amigo. El propósito de todo esto es blanquear la opinión pública sobre el presidente de ese país, para poder ganar miles de millones con su petróleo. Pero Carlos se irá dando cuenta de que hay poco de democrático en ese país, que detrás de todo hay una trama mucho más compleja de lo que parecía a simple vista y también descubrirá las sorpresas que le depara la siniestra prisión de Black Beach que da título a la cinta.
El resultado es un thriller muy a la americana, con escenas de acción verdaderamente trepidante (hay una persecución que me tuvo casi pegando brincos en la butaca) y una fotografía muy espectacular, con esos paisajes tanto urbanos como salvajes que nos trasladan muy bien a la África negra. La historia tampoco está mal, pero se le puede achacar que a ratos le falta un poco de alma y el ritmo va a trompicones, sin que nos quede muy claro qué nos quiere contar, y sin terminar de decantarse entre un final más de Hollywood o una bofetada que nos enseñe cómo se mueve el mundo en realidad. Personalmente creo que habría funcionado un poco mejor quitando el epílogo, o contándolo de otra manera. Pero en general bastante bien, y una película que perfectamente podríamos haberla visto protagonizada por Mark Wahlberg o Matt Damon.
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