Esta no la pude ver en el cine.
Directamente a la pantalla de la televisión, y no porque haya querido ahorrarme el dinero de la entrada, sino porque (cosas del confinamiento, imagino), se estrenó directamente en Netflix. Pero ya que las anteriores, El guardián invisible y Legado en los huesos, las comenté por aquí, pues lo suyo es cerrar la trilogía también en el blog.
Muy en la línea de las anteriores, comienza con el enigmático asesinato con robo de un bebé (o sea, roban el propio cadáver, no la cartera del bebé) y la enigmática mención a Inguma, una figura de la mitología vasca. La investigación se sigue adentrando en la existencia de lo que parece ser una secta que está detrás de todo esto, cuyos tentáculos llegan lejos y la protagonista, como es habitual en estos casos, tiene que compaginar el caso con la gestión de sus propios demonios personales.
El desarrollo de la película es bastante similar a las anteriores, si bien el tema de la fotografía se resiente mucho al pasar de verlo en cine a verlo en casa, así como el sonido, con una historia que se va desmajedando con interés (aunque uno que es un desastre a veces se lía con los nombres de los personajes, pero no vamos a culpar a la película de mi limitada capacidad de atención).
Cojea tal vez el desenlace, no en cuanto a qué pasa al final (de hecho, me gusta cómo enlazan con el final de El guardián invisible, dando respuesta a preguntas que dejaba en el aire y compilando ambos misterios) sino porque me dejaba un poco la sensación de final abrupto, casi como si la película se diera cuenta de que ya no le queda tiempo y le entraran las prisas. Como tampoco me gustó cierto romance que parece metido con calzador y que parece que simplemente era "porque tocaba". En fin, clichés del cine...
Veredicto: un cierre adecuado a la trilogía que, sin ser una maravilla, sirve para pasar tres tardes entretenidas y consigue en todo momento generar una atmósfera muy envolvente, haciendo de Elizondo un más que digno Twin Peaks navarro.
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