viernes, 28 de agosto de 2020

Mi primera lasaña, chis-pas

Recién salida del horno.

Una gastronomía que me gusta mucho es la italiana, dentro de la cuál hay platos como la lasaña que me encantan. Pero nunca me había dado por hacer una y eso era algo que había que remediar. Hace unas semanas me vine arriba y compré láminas para hacer lasaña en el supermercado... y ya.

Por alguna extraña razón, yo miraba aquella caja y no se convertía mágicamente en lasaña, de modo que me puse manos a la obra y me puse a comprar los ingredientes, a saber; bechamel (podría haberla hecho yo, pero me pudo la pereza), tomate, carne picada, queso y, para que no quedara tan huérfana, setas (una bolsa de revuelto de setas congeladas que vi en el supermercado de la que bajaba a comprar el resto de cosas).

Pero al llegar a casa me di cuenta de que me faltaba algo esencial... ¡un recipiente para meter la lasaña en el horno! 

Uf, pereza máxima, problemas del primer mundo, oh el drama, etc. No pasa nada, está todo bajo control. Se va uno a la tienda de al lado de casa y se compra una bandeja metálica tan mona como la que se ve en la foto. Además, ya que la tengo le podré dar otros usos reposteros en el futuro.

Previamente a bajar a por la bandeja tocaba descongelar las setas, pasándolas por la sartén wok, y luego mezclando con la carne, para hacerla un poquito. A eso le echo un poco de tomate y ya tenía parte del trabajo hecho. El resto, oh complicación, era mezclar bechamel con tomate, calentarlo un poco y empezar el tetris.

Sobre la base de bechamel con tomate caliente, va un piso. Ahí un poco del emplasto de carne y setas. Otro piso, más bechamel. Otro piso, con carne y setas. Así hasta que uno se cansa de jugar a ser el rey Nemrod (para los de la LOGSE, el que mandó a hacer la torre de Babel) o se terminen las láminas. Lo que pase antes.

Eso va al horno un cuarto de hora y ya tenemos un sano y ligero plato, listo para ser comido (los ansiosos, que esperen a que se enfríe), ideal para dietas bajas en calorías. 

El resultado, como era de esperar, rico. Tampoco había que comerse mucho la cabeza para hacer comestible una lasaña. Pero lo verdaderamente extraordinario no es eso, lo que arqueará más de una ceja es que he sido capaz de no comérmela toda de una tacada y he guardado lo que sobr*** (si pongo en la misma frase "sobrar" y "lasaña" salta el antivirus) en unos tuppers muy monos que el hambriento Jokin del futuro agradecerá.

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