Mi mamá acojona menos que Doña Gregoria Capítulo VIII: El caso de Dña. Gregoria (parte 2)
Había dejado mi narración en la llamada telefónica del abogado Rafael, notificándome que la encantadora Gregoria (encantadora de serpientes) había decidido reemplazarme por otro abogado, lo cual francamente suponía un alivio, aunque me pareció bastante impresentable que no me lo comentara ella, pero quedaba el detalle de que tenía que pagarme.
Como el asunto no se había llevado entero solo le tenía que cobrar parte de los honorarios, 232 euros, que no eran muchos, pero eran míos, me los había ganado. Llevé la minuta a Rafael (el procedimiento a seguir es dar la minuta al abogado entrante, quien debe velar porque el saliente cobre lo que le es debido), quien por cierto era un tipo bastante arrogante y chulesco y cuando salí del despacho me llamó para decirme que la minuta no valía, que había que desglosarla, y una vez rehecha me hizo volverla a repetir porque tenía una errata. La minuta, por cierto, la había elaborado siguiendo escrupulosamente las indicaciones de la Comisión de Honorarios de Colegio.
No tuve noticias de la señora Gregoria ni de su flamante nuevo abogado, y sospeché que no las iba a tener. La minuta se la había entregado allá por junio, y los días iban pasando, las semanas y estábamos ya en julio. Así que tomé la siguiente determinación: si para el 1 de septiembre esos 232 euros no estaban en mi cuenta, interpondría una demanda contra Gregoria.
Como es de esperar, llegó septiembre y el dinero no estaba en mi cuenta, por lo que interpuse la demanda y unas semanas más tarde recibo la llamada de Rafael.
-Hola Jokin, te comunico que Gregoria ha consignado 85 euros en la cuenta del Juzgado.
-Ahá, me parece muy bien, pero todavía faltan 147.
-Ya, bueno, es que habíamos pensado que con eso igual ya bastaba.
-De eso nada, Gregoria me debe 232 euros y me los va a pagar íntegros, ni un céntimo menos.
-Hombre, piensa que es tontería ir a juicio por 147 euros.
-Rafa, soy plenamente consciente de que es una estupidez ir a juicio por 147 euros, pero son míos y me niego a que esa señora me chulee, y te recuerdo que tu obligación como abogado es hacer que Gregoria me pague lo que me debe (cierto) y no tratar de convencerme de que me conforme con esa miseria.
-Bueno, pero tú date cuenta de que yendo a juicio te arriesgas a que te desestimen la demanda.
-Esto... ¿me estás amenazando?
-Yo no amenazo a nadie, además yo en esto no intervengo, soy mero intermediario. En 30 años de profesión nunca he litigado contra un compañero y no voy a hacerlo ahora.
No volví a tener noticias de Rafael ni de Gregoria hasta el día del juicio, cuando veo que aparece Gregoria acompañada por Rafael, (curiosa forma de no intervenir la suya) y la bomba viene cuando en la sala solicitan la suspensión de la vista por no haber podido ser citada la testigo que ellos habían solicitado. Suspensión a la que me opongo por ser irrelevante una prueba testifical (lo que se estaba discutiendo era si me tenía que pagar el escrito y si me lo había pagado) y atónitos nos quedamos la procuradora y yo cuando Rafael manifiesta que la testigo es una amiga de la señora Gregoria, que me ha visto insultar a la demandada, y que han interpuesto una queja en el Colegio de Abogados.
La juez acuerda la suspensión y aplazamiento, y aún estupefacto acudo al Colegio a fin de ver esa queja, y cuando la leo veo que se me acusa de lo siguiente: Según Gregoria, el día que estuvimos en el despacho del procurador Germán, tan pronto ella me firmó la hoja de encargo, salí corriendo y en medio de la calle empecé a proferir insultos contra ella a la 1 del mediodía. (No tengo nada mejor que hacer que ponerme en medio de una calle de Bilbao especialmente transitada al tráfico a insultar a un cliente que me acaba de firmar una hoja de encargo)
Redacto el correspondiente pliego de alegaciones contra la queja y comento el asunto con D. Giuseppe, quien se ofrece desinteresadamente a ayudarme en el tema (¡olé, con primo de Zumosol!)
Llega el día del juicio (aunque debería decir circo) y Rafael demuestra ser tan inepto como rastrero y en su interrogatorio no deja de preguntarme cosas que no vienen al caso, e incluso se toma la libertad de quedar en evidencia cuando me pregunta "Usted pone en la minuta estudio de la causa, cuando estamos hablando de un escrito de pocas páginas, ¿de verdad considera necesario minutar por este concepto?" y me quedo más a gusto que un arbusto respondiéndole "no sé cómo lo hará usted pero yo antes de recurrir un decreto tengo por costumbre leérmelo antes" El interrogatorio prosigue con Rafael tratando de buscarme las cosquillas, sin parar de preguntar si yo me enfadé con Gregoria.
La monda es cuando trata de aportar como prueba un informe médico con un supuesto cuadro de ansiedad que mis supuestos insultos habían provocado a Gregoria, cosa que dejó atónita a todos los presentes, ya que, al margen de que eso era total y absolutamente falso, era irrelevante. Lo que se discutía allí era la deuda de 232 euros, cosa que le dijo la juez a Rafael deje de traer a colación cosas que no vienen a cuento, si su cliente cree que el demandante le ha causado algún perjuicio ponga la denuncia, pero este juicio no versa sobre eso"
Llega el testimonio de Gregoria. Un auténtico show. En primer momento intenta jugar su papel de ancianita venerable y cuenta cómo yo la seguí cual perrito al despacho del procurador, la esperé fuera y le obligué a firmarme la hoja de encargo ("el chico me dijo que si no le firmaba la hoja no me hacía el escrito" dice) y cómo tras hacer eso salí corriendo y en medio de la calle Buenos Aires, enarbolando la hoja de encargo empiezo a gritar "ahora te vas a enterar, hija de puta"
El relato de Gregoria carecía de toda consistencia, y además yo había tenido la precaución de pedir a Germán el procurador la copia del mail que le mandé, firmada y sellada, donde quedaba demostrado que yo a las 11 ya había vuelto de esa reunión, y a medida que sus argumentos se iban derrumbando Gregoria se iba despojando de su careta de ancianita venerable y empezaba a desvariar, a gritar y a no contestar a lo que se le preguntaba, logrando sacar de los nervios a Giuseppe, el hombre que nunca pierde la calma, y a la propia juez, quien tuvo que mandarla callar varias veces.
La testigo que presentaban resultó, como ya sabíamos todos, más falsa que un billete de 357 euros con la cara de Mortadelo, y su testimonio (perfectamente estudiado, eso sí) bastante irrisorio, ya que supuestamente ella volvía de compras y pasaba por ahí y lo vio todo cuando se iba para casa. (Curioso que a las 10 de la mañana y viviendo en Getxo, a 15 minutos en metro de Bilbao, esté a las 10 de la mañana volviendo de hacer las compras, además viniendo de una zona en la que no hay muchas tiendas) Pero era gracioso cómo su coreografía de gestos, esgrimiendo la hoja de encargo, era clavadita a la de su partennaire Gregoria.
Rafael, mientras tanto, no sabía dónde meterse ni a dónde mirar, y con el juicio ya concluido Gregoria seguía vociferando, proclamando a gritos que yo le había robado unos documentos, documentos que solo existían en su cabeza.
La sentencia, obviamente, fue estimatoria, y condenaron a Gegoria a pagar, con costas y todo, y aunque tardé casi un año en cobrarlos, los 232 euros, más costas más intereses, acabaron en mi bolsillo. Obviamente quiso Rafael impugnar las costas, intentando retorcer la ley en su propio beneficio, pero por suerte es bastante clara y no en vano yo me había cubierto las espaldas recabando información en el Colegio antes siquiera de emprender acciones legales.
Bien está lo que bien acaba, pero tener que pelear por el propio sueldo en los tribunales es algo que no le recomiendo a nadie.