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viernes, 27 de agosto de 2021

Descarrilados

La vuelta a Europa en 8 días.

Esta es la historia de un grupo de examigos que se ven obligados a juntarse, cuando reciben la noticia del fallecimiento del cuarto miembro del grupo, y de que les ha dejado 600.000 € de herencia, pero con una condición. tienen que hacer el viaje que intentaron hacer y no pudieron 20 años atrás, cuando aún eran jóvenes y amigos, el Interraíl. Tendrán 8 días para seguir la ruta determinada, ver los sitios indicados y además grabarlo. Y todo esto en un tiempo preestablecido.

El resultado es el de esperar, una road-buddy movie, a veces un poco chusca, en la que nos encontraremos lo que cabe esperar de ella, con equívocos, borracheras, algunos chistes más o menos graciosos y otros directamente de vergüenza ajena y el triunfo del poder de la amistad, que nunca puede fallar. Divertida, para mí sí, pero teniendo claro qué se va a ver. A ratos parecía directamente un capítulo largo de La hora chanante.  

Es de agradecer, y eso no me lo esperaba, que Arturo Valls está bastante menos sobreactuado y hostiable de lo que acostumbra a estar. 

Por otra parte, y a nivel personal, la película tiene el encanto de tratar, un tema que me trae recuerdos mu eflices, pues guardo un bonito recuerdo de cuando yo hice el Interraíl, aunque en la película se ofrezca una visión un tanto fantasiosa, sobre todo por la parte de los fiestones nocturnos en los vagones de tren. O sea, fiestones había, pero no en los vagones de tren. Ahí por la noche, toda la música que se solía oír eran... ronquidos. 

jueves, 15 de febrero de 2018

15:17 Tren a París

15:17 minutos es lo que podría haber durado la película, ojo.

Me ha gustado, sí. Pero soy consciente de que estaré en minoría, y lo estoy porque a pesar de que disfruté viéndola, veo muchas de las críticas negativas que ha recibido y estoy plenamente de acuerdo con ellas. Sin embargo, encontré una película disfrutable y con un sorprendente planteamiento que va entre "olé tus huevos, Clint Eastwood" y "qué morro tienes, Clint Eastwood".

La película va, o eso nos dice, sobre los tres turistas americanos que abortaron un atentado a bordo de un tren en verano de 2015, reduciendo a un individuo que tenía la nada sana intención de liarse a tiros con el resto de pasajeros. 

Pero claro, esto debió de pasar en cuestión de minutos, y a la hora de hacer la película, pues se presentan varias opciones. Una sería alargar la historia, otra contarnos lo que vino después o, lo que hace en este caso, contarnos lo que vino antes. Entiendo las cuitas, pero a mí me ha gustado, ya que humaniza a los protagonistas y genera empatía hacia ellos. Aquí me sorprendió mucho ver que no eran actores, sino los propios protagonistas de la historia, interpretándose a sí mismos. Y a pesar de esas limitaciones, dan el pego.

Es verdad que gran parte de la película es como ver el vídeo de las vacaciones de unos tipos a los que no conoces, pero ayuda a que te familiarices con ellos para cuando llega el clímax, aunque es verdad que la escena culminante deja un poco con la sensación casi de gatillazo, de "¿tanta historia para esto?", y no porque esté mal hecha, que es el momento claramente álgido, sino porque sabe a muy poco.

También peca un poco de "¡ueseá, ueseá!", y es una película muy de ensalzar héroes, aunque también reparte algún guantazo al ansia de los EEUU de ser los polis del mundo, pero eso creo que se daba por sentado antes.

Lo dicho, entiendo y comparto las críticas que ha recibido, pero tuve la suerte de disfrutarla. Y lo de los personajes haciendo de sí mismos, pues un puntazo y un valor añadido. 

miércoles, 5 de octubre de 2016

Recopilatorio Interraíl

Y así conquisté Europa.

Aunque este es un viaje que hice hace ya 14 años, las recientes noticias de que estudian hacerlo gratis para la chavalería me ha hecho recordar este fabuloso viaje del que ya hablé largo y tendido, primero aquí y luego en las sucesivas entradas en las que iba desgranando las etapas.

Y como tampoco voy a contar nada nuevo del tema, pero me apetece rememorar el viaje, pues procedo a recopilar aquí las entradas de tan magno periplo ferroviario.



















jueves, 15 de mayo de 2014

Interraíl (XIX)

Gandalf también cogía trenes de alta velocidad.

Había dejado el relato en la última tarde de París, que básicamente consistía en hacer tiempo hasta la noche, y tan cansados estábamos que cada vez que cogíamos el metro, dejábamos pasar trenes y estaciones por el puro cansancio que nos impedía levantarnos. Pero entre vagancia y partidas de tute llegaron las 22:50, hora en la que tocaba coger el último tren. No a Londres, como dice la canción, sino a... 

París-Irún: "Donde subsistimos a base de latas de atún".

Hacer noche en el TGV era la opción más rápida, pero no la más cómoda, pero el destino fue generoso con nosotros y dejó que hubiera sitios libres y pudiéramos dormir espatarrados el tiempo del trayecto que nos acercaba a nuestra meta. El frío del aire acondicionado lucha ferozmente con el sueño, haciendo que dormir más de 20 minutos seguidos sea una quimera. 

Aquí hacemos la última ñapa, ya que el tren teóricamente solo nos llevaba hasta Hendaya (Irún, al no ser Francia, no lo cubría Interraíl), pero cuela sin problemas. 

A las 7 de la mañana estábamos en Irún, cansados y hambrientos, pero oir en la cafetería de la estación una de las canciones del verano de 2002 (concretamente "Por debajo de tu cintura" de Agüita Salá) nos confirma que ya estamos en casa.

Ya solo un breve trayecto nos separaba del Monte del Destino, donde se forjó este viaje y donde debía terminar:

Irún-Bilbao: "Colorín, colorao, este cuento se ha acabao".

Y así concluía uno de los mejores viajes de mi vida, del que volví con 7 kilos menos, 3 semanas más de barba y una experiencia vital inigualable y sin duda inolvidable. En él, hubo cosas buenas y hubo cosas malas, pero sin lugar a dudas el balance fue completamente positivo.

martes, 6 de mayo de 2014

Interraíl (XVIII)

Aunque de día y por fuera, aquí estuvimos.

Seguimos donde lo habíamos dejado, en París. Era ya el día 21 de nuestro viaje, y nos levantábamos después de nuestra última noche en cama de verdad, ya que pensábamos dedicar la de ese día a viajar de vuelta. Y queríamos aprovechar las últimas horas, lo que nos hizo madrugar y levantarnos a una hora bien temprana (concretamente me desperté a las 6:00).

Echábamos de menos el sol de Estambul, ya que en París no paraba de llover y el tiempo era asqueroso, pero eso no fue impedimento para seguir turisteando y encaminarnos al barrio de Pigalle (que viene a ser el equivalente parisino a la zona roja de Amsterdam) para ver el célebre cabaret del conocido musical. 

Otro hito hito cinematográfico, que aunque nos costó mucho encontrar, nos hacía ilusión ver: el Café Deus Moulins. Dicho así, puede que no suene muy familiar, pero seguro que si digo que es donde se rodó Amélie, es más fácil caer. Puede que sea una tontería, pero esa película nos gustaba mucho, y nos hizo bastante ilusión. Aunque recuerdo que era muy chocante que la distribución del bar era bastante diferente a como la habíamos imaginado. Pero mola que aunque estuviera cerrado, el dueño se enrollara y nos dejara entrar a verlo.

Pero antes de eso, el turisteo había llevado nuestros pasos a otra de las etapas en las andanzas de la señorita Poulain y buscar Montmartre, cosa que a juzgar por lo que tengo apuntado en la libreta nos costó bastante. Lo que no encontramos fue la cabina que Amélie usa en la película, ya que esta no existe.

En nuestro devenir por aquella zona, nos habían advertido contra los carteristas, pero realmente eran carteristas alados, las palomas que trataban de comerse nuestros bocadillos, y los verdaderos ladrones, que eran los gerentes de los chiringuitos, done un corneto de Frigo costaba... ¡4 euros!

Y ya por no alargar demasiado la entrada, termino con el curioso detalle del barrio lleno de negros, pero vestidos con al estilo africano, en el que llamábamos la atención porque éramos los únicos blancos. ¿Nos habíamos ido sin querer a Nairobi o a Kinshasha?

Seguiré con esto en la próxima y probablemente última entrada sobre el Interraíl.

jueves, 20 de febrero de 2014

Interraíl (XVII)

Fotopicazo

La capital de Francia no entraba en nuestros planes iniciales, pero lo bonito del Interraíl es que puedes improvisar bastante. Así que ahí nos plantamos, mochila en ristre, para visitar una de las ciudades más emblemáticas del mundo.

El primer paso era buscar alojamiento, y tras una larga cola en la oficina de turismo supieron darnos indicaciones para encontrar lo que buscábamos: un albergue moderadamente céntrico, limpio y sobre todo pagable. 

La visita a París es aderezada por algo que no habíamos visto, creo recordar, desde Florencia. ¿Sabéis eso que es como agua, que cae del cielo, sobre todo en Bilbao? Lluvia, creo que lo llaman. Pues eso. 

Pero eso no nos impidió que el primer día fuera de intenso turismo, con subida a la Torre Eiffel (con unas fotos muy chulas, que no sé dónde andan), Campos de Marte (a los que Olga se empeñaba en llamar "Jardines de Júpiter"), Trocadero, Arco del Triunfo, Notredame, Campos Elíseos (con paradas en sus carísimas tiendas para guarecernos de la lluvia)... destacando la visita a los aledaños del museo del Louvre (no llegamos a entrar), que es bastante bonito de ver. Como todo París, en general.

De ahí nos fuimos ya al metro, para volver al albergue, no sin antes hacer una incursión a por crêpês. Y después, a juzgar por las hojas del cuaderno de bitácora, dedicamos un buen rato a hacer el idiota, a jugar a cartas, ajedrez, dominó... y soltar muchas tontadas. 

Para muestra, un botón.

No acaban aquí las peripecias parisinas del viaje, pero como no hay que abusar de las entradas largas, y hay que aprovechar para estirar la historia cual chicle, aquí queda la cosa por hoy.

martes, 11 de febrero de 2014

Interraíl (XVI)

Antes del plan de estudios, Bolonia era conocida por esto.

Ya estábamos en Italia, aunque en el viaje de vuelta fue completamente de pasada, y la única pernocta que hicimos fue ferroviaria, con intentos de dormir y ratos de aburrimiento. Sobre todo en uno de los trayectos más cansados:

Trieste-Bolonia: "Otro tren al que subimos, con el culo hecho macedonia".

De este viaje recuerdo muy poco. Sí me acuerdo de que nos agenciamos para dos personas un compartimento de seis, aprovechando que el tren iba vacío, pero aunque no lo recuerdo, anotaciones en la libreta de a bordo me hace sospechar que nos cobraron algún tipo de supelemento, seguramente porque cogimos el Intercity (la otra opción sería hacer noche en la estación, cosa que no molaba).

De la ciudad de los huevos Kinder poco que contar, aparte de que nos llamó la atención una máquina expendedora de discos en la estación de tren. Pero es hora de seguir con el viaje.

Bolonia-Turín: "Nuestra breve incursión por Italia parece que se acerca a su fin". 

 Gracias al eficiente servicio de las ventanillas de información ferroviaria (desde la perspectiva, puede que fuera culpa nuestra) perdemos hasta tres trenes a Paris con el "en esta estación no es, es en la otra", y nos tiramos un par de horas haciendo el osanapio por Turín (ciudad a la que volvería 7 años después, aunque eso no lo sabía). Pero por fin cogemos el tren de París (no estaba previsto, fue una idea de última hora), y alguna fulla debimos de hacer con los billetes (algo de coger el TGV sin que lo cubriera el billete, vamos, lo de siempre), a juzgar por el título del siguiente tramo:

Turín-París: "Si el pica se pone tonto, la cosa se pone muy gris".

Si algo recuerdo de este trayecto es lo desconsideradas y maleducadas que pueden ser algunas personas, que no solo fuman donde les sale del orto, sino que se iban expresamente a la zona de no fumadores a fumar. Sí, no es que fumaran en todas partes, sino que se estaba mejor, con menos humo en no fumadores que en fumadores. ¡De locos!

Por suerte, mis amables gruñidos, mi semblante de haber dormido poco y mi barba de tres semanas, fueron argumento suficiente para que la gente dejara de fumar en la zona de "no fumen aquí, cenutrios".

Lo malo de coger el TGV es que tuvimos que pagar un recargo de 5 euros, Lo bueno, que en menos de 3 horas ya habíamos llegado a París. El viaje se iba acercando a su fin.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Interraíl (XV)

Trieste, una ciudad no tan conocida, pero bonita.

Retomo esta batallita viajera que había dejado en Eslovenia, para volver a suelo comunitario (Eslovenia no era un Estado miembro de la UE por aquel entonces) y entrar por la vía italiana en nuestra siguiente etapa:

Postojna-Trieste: "Volvemos a la UE, tras nuestro periplo por el Este".

En el tren nos tocó coincidir con un personaje que acabó pasando de villano a héroe. Era una señora que estaba en el compartimento de 6, y tuvo la osadía de encenderse un cigarro en un sitio en el que estaba prohibido, y yo me permití señalarle el cartel de "prohibido fumar", a lo que su respuesta fue sacarse del bolso 6 billetes, indicando que había reservado el compartimento entero. "Me parece muy bien- le respondí- y si quiere nos vamos, pero no va a fumar aquí". De mala gana apagó el cigarro, y nos dijo que podíamos quedarnos, mientras marmiaba en su asiento, porque además, en el gesto, derramó su propia cerveza.

Pero al de un rato, estando Olga y yo jugando a las cartas (podría ser el tute, pero no lo recuerdo), a la señora le llamaron la atención, pues nunca había visto una baraja española, por lo que eso dio pie a una conversación en la que ella nos contó un poco su vida, y resultó ser una pianista belga-croata, hija de una condesa, y nacionalista croata hasta la médula, bastante simpática. Lo pintoresco de esta situación es que la señora no sabía castellano ni inglés, por lo que la conversación fue por medio de chapurreos entre alemán e italiano, que eran los idiomas que la señora dominaba.

En cuanto a Trieste, donde apenas pasamos una tarde, la recuerdo como una ciudad bastante agradable, con un puerto muy bonito (¡y una pizza deliciosa!), y la anécdota tonta del tipo que al sacarnos la foto casi se fotografía a sí mismo.

martes, 5 de marzo de 2013

Interraíl (XIV)

 
Eslovenia, y su moneda de cómic de Superlópez.

Al fin, tras muchas horas de tren, llegábamos a la capital de Eslovenia. El primer paso era buscar alojamiento, y por primera vez en lo que va de viaje, damos uso al carnet de alberguista. Nos ubicamos, y disfrutamos de uno de los mejores placeres que encuentra uno en este tipo de viajes: una ducha.

Esa tarde hacemos una excursión y visitamos el bello lago Bled, aunque la torrencial lluvia nos impide disfrutar de toda su belleza (a decir verdad, llovía tanto que no se veía un cagao), pero sí disfrutamos de la infraestructura ferroviaria de Eslovenia. Sí, conociéndome podría sonar a que los trenes eslovenos eran una porquería, pero esta vez no, ciertamente eran trenes limpios, cómodos y puntuales. 

Volvemos a Ljubljana, donde cenamos y damos una vueltilla nocturna (que tengo anotada como graaan caminata), subiendo al castillo y viendo las vistas de la ciudad.

Al día siguiente, el azar quiere que nos reencontremos con Borja y Sappia, quienes nos cuentan sorprendidos que les ha llegado la historia de que unos mochileros consiguieron hacer el Salónica-Ljubljana por solo 2,5 euros, y que esa historia es la comidilla entre todos los mochileros. Todo esto nos lo cuentan, claro, antes de saber que habíamos sido nosotros. Así que las risas que nos echamos, son de suponer.

Nos despedimos nuevamente de ellos, y también de Ljubljana.

Ljubljana-Postojna: "Visitaremos unas cuevas, con un frío de la coña".

La verdad es que aunque teníamos ganas de ver las grutas de Postojna, de las que habíamos oído hablar muy bien, no andábamos sobrados de tiempo ni de dinero, por lo que tras una cansada pero agradable caminata (hasta vimos un desfile medieval), acabamos tomando el tren que nos sacaría ya de Eslovenia, para volver a terreno comunitario.

Requiem por mi teléfono móvil, que murió en Eslovenia.

Creo que era uno de estos, pero ya ni me acuerdo.

jueves, 7 de febrero de 2013

Interraíl (XIII)

Por lo que fue Yugoslavia.

Thesalonika-Belgrado: "Los 2,5 € del billete, los pagamos de buen grado".

Habíamos llegado a Salónica, y ahí nos encontramos sin saberlo con una persona que casi nos la lía, y de qué manera, más adelante. Pero todo a su debido momento. Habíamos llegado a esta ciudad, en la que nuestro único interés era pernoctar hasta que saliera el tren a Ljubljana (Eslovenia). Dicho tren salía a las 7:23, por lo que no nos salía a cuento ponernos a buscar alojamiento, y dado que no nos dejan hacer noche en la estación, acabamos durmiendo a la intemperie. Rodeados de otros mochileros, pero en plena vía pública. La cartera con el dinero y la documentación bien guardadas en la parte más profunda del saco, y conseguimos dormir bastante bien.

Sabíamos que había que pagar un suplemento, ya que aunque tanto Grecia como Eslovenia entraban dentro del billete de Interraíl, teníamos que cruzar varios países que no. Sin embargo, el suplemento resulta ser realmente barato: 12,5 euros... por 5 personas (Nosotros dos, y los 3 madrileños que hacían la misma ruta).

El viaje en tren sigue siendo largo, y cruzamos Macedonia, donde casi la liamos confundiéndonos de tren en un puesto fronterizo (te hacen bajar para sellar el pasaporte, y luego vuelves, y con las prisas casi nos subimos a uno que no era el nuestro). De Macedonia poco que contar, aparte de los inevitables chistes con la fruta.

Unas horas después, entramos en territorio serbio, donde los militares son bastante numerosos (no hacía tanto de la guerra), y no recuerdo bien en qué momento, un militar deja un paquete en nuestro camarote y se marcha.

Pero ese no es el susto más gordo del viaje. Este viene más adelante.

Primero llegamos a Belgrado. Allí nos despedimos de los madrileños, y el tren sigue su viaje a Eslovenia.

Belgrado-Ljublijana: "Esperemos que en Croacia, no nos la líen en la aduana".

Pasado Belgrado, en uno de los múltiples controles, y en medio de la noche, el revisor viene y nos pide los billetes. Los mira con cara de pocos amigos, como si le dieran asco, y nos los señala. Veo con horror que la taquillera de Salónica nos había dado billetes para Belgrado, y que por lo visto al darse cuenta de que se había confundido, en vez de imprimir bien los billetes, se había limitado a escribir por encima a mano "Ljubljana". Y claro, explícale a un malhmorado revisor croata, que además no sabe inglés, que eso no es culpa tuya y que te acabas de enterar.

Se lleva billetes y pasaportes y vuelve al de un rato (bastante angustioso, dicho sea de paso) acompañado por un militar. Le explica la situación y el militar nos pide los pasaportes de nuevo. Se queda mirándolos y se va. Le pregunto con voz temblorosa "¿problem?". Y cuando me responde "no", suspiro aliviado. Nunca un "no" fue tan gratificante.

Y finalmente, tras 48 horas, de largo viaje en tren, llegamos a nuestro destino: Eslovenia.

jueves, 31 de enero de 2013

Interraíl (XII)

Comenzaba el viaje de vuelta. 

La salida de Estambul marcaba un doble punto de inflexión en el viaje.Por una parte, dejábamos de ir hacia el Este para volver a Occidente, pero sobre todo porque en Estambul dividimos la compañía: borja y David se quedan allí, y Olga y yo marchamos, rumbo de nuevo a Europa. 

Pero decidimos no desandar nuestros pasos, sino que optamos por una ruta alternativa, en un muy largo viaje en tren. Y todo empieza con...

Estambul-Thesalónica: "A ver si tenemos suerte con la alternativa macedónica". 

En el tren, de una calidad y comodidad incotestable (nótese la ironía), viajamos con una familia de gitanos búlgaros, con los que iba una niña que miraba ávidamente nuestras chocolatinas, y no paró hasta hacerse con una. También me llama tremendamente la atención el momento en el que entra en el tren un vendedor de agua y grita "¡so, so, so!" (agua en turco), lo que inmediatamente me permite darme cuenta de por qué a los vendedores de agua de Dune se les llama Soo Soo Sook.

El viaje no es precisamente corto (16 horas), y nos da mucho margen para el desvarío y el aburrimiento. En un momento de sopor extremo escribo el siguiente ensayo:

NOTA SOBRE LOS CHICLES TURCOS: Estimado lector. ¿Alguna vez has probado a mascar Ironfix (esa sustancia que servía para pegar pósters a la pared)? ¡Pues un chicle turco te brindará una experiencia muy similar, pero igual de desagradable!

Durante el trayecto trabamos contacto con un grupo de madrileños, también mochileros, que nos ameniza el viaje. Y con ellos compartimos el siguiente episodio.

Nada más cruzar la frontera, el tren se detiene en Python y nos hacen bajar, y nos comunican que hay que pagar un suplemento o esperar al siguiente tren, lo que son varias horas. Optamos por ceder al suplemento, pero resulta que no hay plazas para todos, así que le echamos todo el morro del mundo y nos metemos a viajar en primera, sin nadie que nos diga nada (Dios bendiga la vagancia griega). Y así viajamos un rato hasta que finalmente aparece un revisor y nos hace pagar un suplemento (que ya estábamos dispuestos a pagar) y nos permite continuar en el tren (que no nos querían dejar coger). Así que miel sobre hojuelas. 

Empieza a caer la noche, y entra el sueño, aunque un teléfono móvil de no se sabe quién, sonando incesante con su Tubular Bells, impide todo atisbo de sueño.

Y finalmente llegamos a nuestro siguiente destino: Thesalónica.

martes, 20 de noviembre de 2012

Interraíl (XI)

La puerta de la Felicidad, da paso a Estambul. 
  
Python-Estambul: "Viajamos acalorados, en un tren que es una full".

Turquía era el punto más alejado de nuestro viaje, al que llegábamos tras un más que largo viaje (22 horas), en un tren tan horrible como temíamos, acompañados por unos catalanes con los que hicimos migas. Cambiamos dinero en un puesto aduanero, y nos llama la atención la ridícula inflación, que hace que tengamos todos varios millones en la cartera.  

Una vez en Estambul, se nos unen unos mochileros valencianos, y siendo un grupo numeroso, nos animamos a aceptar uno de los hoteles que nos ofrecen en la estación, el hotel Eris, que resulta ser un chollazo. 

Cenamos unos auténticos kekabs, y nos vamos a dormir, que al día siguiente toca turismo. 

En Estambul estamos un par de días, durante los que vemos la Mezquita Azul, Santa Sofía, el Gran Bazar, el Palacio Topkapi, el Puente de Gálata... y por supuesto, coger el ferry al lado asiático de Estambul, que no tiene nada, pero leñe, ¡estábamos en Asia!

Del anecdotario recuerdo cómo en el bazar era imposible dar dos pasos sin que te intentaran vender algo, y que el idioma no era impedimento para unos vendedores que eran capaces hasta de saludar en euskera, adivinando por mi acento que yo era de Bilbao. Estambul, una ciudad preciosa, a la que algún día quiero volver, y en la que la comida estaba tirada de precio.

viernes, 19 de octubre de 2012

Interraíl (X)

¡Pasajeros, al tren! 

Interraíl es sinónimo de pasar muchas horas en el tren, pero también en la estación. Y muchas veces, al no existir trenes directos de un sitio a otro, tocaba hacer trasbordos. Así, siendo nuestro destino Estambul, tuvimos que hacer dos paradas.

Una, la ya mencionada en Salónica, de la que apenas tengo un vago recuerdo de la estación, donde tuvimos que esperar un rato largo (la operación se repetiría a la vuelta) hasta las 7:30, que es cuando llegaba nuestro siguiente tren.

Thesalonika-Pythion: "En todos los trenes griegos, nos exigen comisión".

En efecto, en muchos trenes había que pagar un sobrecoste, ya que no todos estaban incluidos en el Interraíl, por ser Intercity o similares. En este caso, la encrucijada era pagar algo más o tirarse todo el día esperando en la estación de tren. Y como el tiempo era un recurso valioso, decidimos pagar un poco más, y tomar ya el tren que nos llevaba a territorio turco. 

No sin tenerla montada, ya que aunque habíamos pagado billetes de asiento, no los había libres. Y tras mucho protestar, por fin conseguimos sentarnos.

Y tras 20 horas de tren, llegamos a Pythion, localidad fronteriza con Turquía, donde nos gestionan el visado (básicamente, venía un señor y se llevaba nuestros pasaportes y nuestro dinero, dejándonos únicamente la confianza en que volviera).

Y tras ese bonito rato de incertidumbre, admirando lo que se ve de Turquía, con sus gentes, sus casas, su cultura, sus tanques en las vías y sus camiones militares, nos dan los pasaportes (en sentido afortunadamente literal) y volvemos a montar en un tren, digamos que, eh, "rústico".

viernes, 5 de octubre de 2012

Interraíl (IX)

La vieja Acrópolis (que la nueva da mal rollo)

Atenas, la capital griega. Esa ciudad que ahora es sinónimo de cutrez y decadencia era hace 10 años.. sinónimo de cutrez y decadencia. 

No era esta mi primera incursión a la ciudad de Sócrates y Platón, pues ya había estado antes, de viaje de estudios con los compañeros de carrera. Y bueno, una cosa muy buena tiene Atenas, y es que es todo bastante barato. Como muestra, el hotel nos costaba 8 euros por noche, y los precios de la comida eran realmente asequibles. Lo que ya no era tan asequible era el calor.

De Atenas vimos su Acrópolis, con su Partenón, su museo, y sobre todo el carácter de sus gentes. Bien, ya había mencionado que el griego es un pueblo poco amigo de hacer esfuerzos innecesarios (y los necesarios tampoco es que les gusten mucho), y que siguiendo los preceptos del filósofo Procrastínades, allí son vagos hasta los perros. Recordamos la anécdota del perro callejero que yacía tumbado en una puerta automática, la cual se cerraba y al chocar con el ¿cadáver? del perro se volvía a abrir. Anotamos "perro griego" en la agenda y seguimos con la narración.

Esa noche optamos por salir algo de fiesta y catar el Ouzo, una bebida regional, bastante parecida al anís, y de parecidos efectos. Una buena borrachera y al día siguiente un poco de turismo de relax. Nos vamos, con unos zaragozanos y unos barceloneses con los que trabamos contacto, a pasar el día a la playa de Kineta.

Y a la vuelta, antes de marchar de Atenas, la espera al tren se ameniza con un kioskero estafador que se niega a devolverme el importe de un batido cortado que me vende (la discusión se zanjó con un "pues abro la nevera y ya cojo yo otro. ¿qué vas a hacer? ¿moverte e impedirlo?") y el perro del día anterior, que parecía haber recuperado la energía, y se dedicaba a perseguir nuestras chancletas, que llevábamos colgando para que se secaran. 

Sin más dilación, cogemos nuestro siguiente tren, con Estambul en mente.

Atenas-Salónica: Nos metemos en un tren, otra vez la misma tónica.

martes, 28 de agosto de 2012

Interraíl (VIII)

Un Borja ibérico, jugando a las películas.

Corfú-Patras: Nos vamos de la isla, con 100 españoles más.

Dormir en Interraíl no siempre era sinónimo de cama. Ni siquiera era sinónimo de cama y techo, ya que durante el viaje a la Grecia continental hicimos noche en la propia cubierta del barco, donde se dormía de maravilla. Probablemente una de las mejores noches del viaje. Claro que el cansancio acumulado siempre ayuda. El caso es que después de una animada nohe charlando con el resto del pasaje (gran cantidad de españoles), nos fuimos a dormir, cómodamente instalados en nuestros sacos.

Y dormimos plácidamente hasta que a las 6 de la mañana nos despertó el sirtaki. Claro que tampoco habríamos dosmido mucho más, ya que a las 7 atracábamos en el puerto. Y una vez allí, tocaba correr para evitar perder el tren a Atenas. Mas no pudo ser, y en vez de coger el de las 7:10, tuvimos que esperar hasta las 10:25. Y no miraré a nadie, para no remover viejas heridas ;)

Las 3 horas que pasamos en la estación distan de ser fascinantes, aunque para el anecdotario queda la imagen de unos atorrantes locales mirando con ojos golosos nuestro equipaje, y cómo ir al baño esquivando mendigos dormidos recuerda a la escena de los huevos de Alien.

Pero como el pueblo griego es un pueblo tranquilo, poco amigo de esfuerzos innecesarios, sin más emociones que esa cogemos el siguiente tren.

Patras-Atenas: Nos marchamos de Patras, tras 3 horas muy amenas.

Uno de tantos viajes en tren,en el que aprendemos cómo enfrentarnos al alfabeto griego resulta una regresión al analfabetismo. También nos enfrentamos a un fallo en la catenaria del tren, o algo, y nos quedamos parados un rato. Y luego otro. Y luego otro... apreciamos la elegante decadencia griega. Así como podemos contemplar las vías a través de un agujero de 20 centímetros en el suelo del vagón.

Pero sin más incidentes reseñables, por fin llegamos a una de las cunas de la civilización occidental.

Atenas.

martes, 19 de junio de 2012

Interraíl (VII)

Costa de Corfú.

Muy al hilo de la actualidad, toca llegar a la parte griega del viaje, en un país caluroso y calmado. Demasiado calmado.

Brindisi-Corfú: Nos escapamos de Brindisi, hogar de Belcebú.

Navegábamos rumbo a Corfú, donde a nuestra llegada, a las 7 de la tarde, nos esperaba el guía del "hostal" Sunrock. Nos montamos en una furgoneta, digna de Woodstock, y el conductor nos lleva a trompicones por entre la escarpada geografía corfuíta. Contra todo pronóstico, cruzamos la isla de lado a lado y nos llevan a nuestro destino, el Sunrock. ¿Y qué es del marchoso hotel que nos prometieron en la agencia? Aquí solo vemos un chiringuito playero, donde nos dan una mesa, nos sacan unas bebidas y nos dicen que esperemos, que nos preparan las habitaciones.

Esperamos un cuarto de hora, media hora, una hora... y cuando preguntamos qué coño pasa con las habitaciones, todo lo que nos saben decir es "relax". Nos tiramos rato largo de relax, y cuando va a anochecer, volvemos a preguntar por nuestras jodidas habitaciones. "Relax". Relax, su puta... Cae la noche, y nos vamos a dar un baño, que parece que la cosa va para largo. El agua perfecta, pero la resaca casi me lleva mar adentro, lo que hubiera sido menos gracioso. Al menos para mí.

Salimos de darnos el baño, y "relax" sigue siendo la respuesta a nuestras reinvindicaciones. Nuestras narices comienzan a hincharse, y finalmente nos hacen caso, o algo. Nos hacen subir de nuevo a la furgoneta, y nos llevan monte arriba (estupendo, ahora nos pegarán un tiro, enterrarán nuestros cuerpos, y de nosotros nunca más se supo). Por suerte solo nos llevan a un viejo caserón (pero una casa normal, donde vive gente y eso), desocupado, eso sí, y nos dejan pasar ahí la noche. Un poco mosca (salvo Olga, a quien esto le recordaba a la novela de Durrell y estaba encantada) pasamos la noche con un ojo abierto. Y finalmente al amanecer, vuelven a llevarnos a Kerkyra. Allí cogemos los billetes para el ferry. Pero como es a la noche, tenemos todo el día para pasearnos por la ciudad. Allí disfrutamos de un agradable sol, y contemplamos in situ la legendaria vagancia de los griegos.

Concretamente la comprobamos cuando sin querer casi nos colamos en un museo, y descubrimos que hay que pagar cuando el tipo de la garita, lejos de levantarse de la silla para advertirnos, nos grita tímidamente "eh, hello, stop!", emitiendo sonidos más parecidos a un gimoteo que a un grito, a lo "detenedlos... se escapan...", pero sin hacer el más mínimo ademán de levantarse del asiento.

También disfruto de la picarseca helena cuando en un kiosko aprovechan el cambio para colarme una moneda falsa de dos euros.

Finalmente, a las 23:30 embarcábamos con destino a Patras. Dejábamos Corfú, pero aún le quedaba mucha Grecia a nuestro viaje.

martes, 12 de junio de 2012

Interraíl (VI)

¡Habíamos sobrevivido a Nápoles!

Nápoles-Caserta: Nos largamos a toda prisa para eludir una reyerta.

De Caserta poco puedo contar, pues no vimos más que su estación de tren, pero lo más importante es que no era Napoles. Realmente esta ciudad no era nuestro destino, sino Brindisi, desde donde queríamos ir a Grecia. En Caserta solo estuvimos, maldurmiendo, el rato que esperábamos al siguiente tren. Nos llama la atención, eso sí, que hay 25 cabinas telefónicas (cuando aún había de eso) pero ninguna admite monedas.

Caserta-Brindisi: Después de lo de Nápoles, cualqueir ciudad es Modo Easy.

Tomamos el tren a las 2:10 de la madrugada, sabiendo que así nos ahorrábamos el alojamiento de una noche. Semidormimos espatarrados en el vagón, en un tren completamente atiborrado de gente, y con un terrible olor a humanidad. Pero mejor que Nápoles, pardiez.

Recuerdo el viaje a Brindisi como tremendamente aburrido, pues durante largo rato soy el único del grupo despierto. Y mirar el paisaje es complicado cuando viajas de noche, por lo que contar farolas se convierte en la actividad más apasionante a realizar.

En el tren trabamos amistad con un tal Fletcher, un chaval de Seattle (creo), bastante majete, que nos cuenta que está haciendo el Interraíl por su cuenta, que lleva 2 meses viajando por Europa y que tiene idea de irse a Corfú, al famoso Pink Palace, del que ya hablaré más adelante.

Por fin llegamos a Brindisi, con el sol ya en el cielo, y nos encargamos de cosas importantes: A) sacar dinero, B) gestionar el desplazamiento a Corfú.

Aquí es donde tomamos una de las decisiones que después determinaría el devenir de nuestro viaje. Nos comentan que en Corfú hay dos hoteles turísticos. Dos lugares festivos y paradisiácos; el Sun Rock y el Pink Palace. No recuerdo por qué motivo, nos decantamos por el segundo. Algo de lo que después... nos acordaríamos. También debió de pasar, aunque esto no lo recuerdo pero está apuntado, que en Brindisi eran una panda de mangantes que nos querían sacar el dinero por todas partes, en comisiones y demás. Ah, el Sur de Italia...

Pero no adelantemos acontecimientos, que el relato de este viaje aún me tiene que servir para llenar muchas entradas.

Así, a las 14:15, abandonábamos Italia, más concretamente el tacón de la bota, para zarpar en un barco que nos llevaría a costas griegas.

miércoles, 6 de junio de 2012

Interraíl (V)

Abbey Road pillaba a desmano, así que...

Roma-Nápoles: Comeremos napolitanas, y unas pizzas como soles.

En todo viaje hay partes mejores y partes peores. Y así como Roma es una parte que me encantó, no puedo decir lo mismo de Nápoles, la cual posee probablemente el dudoso honor de ser la ciudad más chunga e inquietante en la que he estado jamás. Pero antes haré mención al verdadero motivo de nuestra visita a la capital de la Camorra, que no era otro que ver las ruinas de Pompeya.

Bajo un sol de justicia (no en vano era agosto) pudimos experimentar el mismo calor abrasador que debieron de padecer los infortunados habitantes de tan volcánica localidad en el momento de su muerte. Allí nos llama la atención lo bien conservadas que se encuentran sus calles, y el detalle de que en esa ciudad lo que no es un lupanar, es una taberna. Interesante y peculiar, pero desde luego no tan glorioso de contar como Nápoles.

Ya las cabinas telefónicas, tragándose las monedas, parecían querer presagiar la terrible verdad sobre la siniestra ciudad. Habíamos visto en una guía de viajes que recomendaban una pizzería, por lo que mientras yo intentaba gestionar el hotel de Corfú, Borja y David iban al exterior a buscar indicaciones sobre esa pizzería.

Cuando volvieron, estaban claramente dominados por el terror, y más pálidos que la mozzarella. Apenas articulaban palabra, y parecía que hubieran estado en la boca del Infierno. Ojalá.

Según las indicaciones, para ir a esa pizzería había que tomar una avenida principal, después coger una secundaria y por último una callejuela, donde estaría la pizzería. De camino a la vía principal, en una cafetería de la plaza, nos encontramos con una pareja de españoles que nos indican la peligrosidad y el mal rollo de esta ciudad, que siempre que van por la calle les da la sensación de estar siendo vigilados y perseguidos, y que no es raro ver y oír ruidos de peleas. Y que en cuanto pudieran se largaban de ahí.

Nosotros, por nuestra cuenta, vamos a la "avenida" principal. No sé muy bien cómo describirla, pero sí puedo afirmar que ya sé en qué se basó Capcom cuando pensó en las calles de Raccoon city. Casi ninguna farola operativa, basura por todas partes, y una boca de metro sepultada por escombros. La calle más o menos igual de acogedora que un gueto de Baltimore, y la constante sensación de estar siendo observados. Y cuando llegamos a la calle secundaria, vemos que es una calleja mal iluminada y de aspecto patibulario, lo que nos hace dar media vuelta y marchar. Por buena que pudiera estar la pizza de ahí, un extraño impulso nos hace preferir la supervivencia.

Así pues, volvemos a la plaza principal, donde estaban los españoles de antes. Ellos nos cuentan que en los 20 minutos que hemos estado fuera, han presenciado en directo cómo un tipo robaba una moto delante de las narices de su dueño, ante la pasividad de la policía y la horda de prostitutas estilo Amy Winehouse que pueblan las calles.

En ese mismo restaurante, por ser el más cercano a la estación, pedimos una pizza familiar para llevar, y nos retiramos cuidadosamente hacia la estación de tren, con cuidado de que nuestras mochilas no capten la atención de ningún caco local. Allí preguntamos cuál es el primer tren que sale de la ciudad, y vemos que es uno para Caserta. Andén 16.

Y está muy bien que te digan que el tren sale del andén 16, cuando empiezas a contar que solo hay 8 andenes. Tal vez, piensas, sea un andén mágico y maravilloso, como el del expreso de Hogwarts. Pero esta ciudad recuerda más a The Warriors que a Harry Potter, así que preguntamos. "Disculpe, dónde está el andén 16" "Oh, tenéis que ir hacia allá, al fondo" "¿Detrás de esos mendigos que se están dando calor en ese barril en llamas?" (Verídico) "Sí, ahí".

Midiendo nuestros pasos, y conteniendo la respiración, vamos al tren, y nos metemos en uno de los compartimentos. Ahí damos buena cuenta de la pizza, como el reo que sabe que se encuentra ante su última cena. Y rozamos el infarto cuando una mano golpea la puerta del compartimento. Concretamente el corazón de Sappia salta por su boca y se queda un buen rato pegando botecitos por entre los asientos.

Se trata del revisor (probablemente era un señor normal vestido de revisor, pero en mi memoria es tuerto y le faltan un montón de dientes, y en vez de mano tiene un garfio), que nos dice que hay que cambiar de vagón, pues ese en el que estamos no va en el convoy. Temerosos de cada paso que damos, cambiamos de vagón, y cuando el tren se pone en marcha suspiramos aliviados al dejar Nápoles atrás. ¡Seguíamos vivos!

martes, 29 de mayo de 2012

Interraíl (IV)

No hay foto de Roma sin que salga el Coliseo.

Pisa-Roma: En la ciudad eterna disfrutaremos de su aroma.

Hay ciudades que tengo en mi lista de imprescindibles, y Roma es una de ellas. Ya había estado, años atrás con mis padres, y me había impactado mucho. Por eso, tenía grandes ganas de volver a la vieja capital de uno de los grandes imperios de la Humanidad.

Y cuando por fin llegamos a Roma, y nos impacta su presencia, su impresionante presencia de esculturas, de columnas, de mausoleos, de monumentos... es como ver un enorme museo al aire libre. Cada edificio tiene su aquel. Cogemos el albergue y nos damos un paseíllo, viendo la Fontana de Trevi, o la plaza de España.

Aquí una anécdota curiosa con el metro, donde parece que es muy fácil colarse, y donde de hecho lo difícil es pagar, pues hay un momento en el que Olga intenta pagar, y al preguntar a uno de seguridad cómo se coge el billete, éste le dice que mejor que pase sin pagar.

Al día siguiente nos dividimos, y unos vamos a las Catacumbas (a pesar de lo que se piensa la gente, los cristianos no las usaban para huir de las persecuciones sino del calor, pues hay que ver lo fresquito que se estaba ahí dentro) mientras que otros van al Vaticano. A mediodía nos reunimos en la Plaza San Pedro y por la tarde nos dirigimos al foro romano, con el Coliseo y demás. Allí tenemos la suerte de podernos unir de forma gratuita a un grupo de turistas a los que un estudiante americano de Historia, llamado Jason, da una apasionante charla, a pesar del idioma, sobre historia romana. Resulta inquietante cómo después unos tipos, probablemente de la mafia de guías oficiales, vienen literalmente a llevárselo al acabar el recorrido.

Por la noche quedamos con unos amigos eslovenos de David para cenar, y a la noche tenemos el momento friki en el albergue, cuando al oír el aserejé en el salón, nos levantamos los 4 de la cama, como movidos por un resorte, a bailar la canción del verano.

También es digna de comentar nuestra búsqueda de la pirámide Cestia, pues las indicaciones que nos habían dado parecían incorrectas, y tras una hora andando decidimos renunciar y darnos media vuelta. Para descubrir después que nos habíamos quedado a ¡una calle! de dicho monumento.

Pero ya tocaba abandonar la capital de Italia, con destino a otra ciudad bastante menos acogedora...

martes, 15 de mayo de 2012

Interraíl (III)

Viajar es una oportunida constante de sorprenderse.

Tenía un poco abandonada esta sección, y la retomo donde la dejé, para seguir narrando tan maravilloso viaje. Lo habíamos dejado en Pisa, donde tras una larga caminata llegamos a la estación de tren e iniciamos nuesra siguiente etapa:

Pisa-Florencia: Nos montamos en el tren, con total indiferencia.

El tránsito en sí resulta ser, en nuestra línea, un cúmulo de desvaríos y amenos debates (algunos más fogosos que otros), pero ya nos llama la atención lo fácil que parece viajar sin billete por Italia, ya que pese a ir nosotros provistos del nuestro, no nos lo piden en ninguna parte.

Una vez en Florencia, bella ciudad donde las haya, visitamos la cúpula del millón de escaleras. Vale, no son tantas, pero sí resultan igual de cansadas. Al salir, una gloriosa tormenta de verano nos sorprende, pero menos de lo que nos sorprende ver, en el puente viejo, unos auténticos Hare-Krishna, repartiendo galletitas y todo.

Vista Florencia (la idea era hacer la excursión de un día), volvemos a la estación, con la idea de hacer alguna parada aleatoria.

Florencia-Empoli: Nos vamos a una ciudad, que no la conoce ni la poli.

Gran e indescriptible el atractivo turístico el de esta ciudad. No podría definirla con palabras. Sigamos.

Empoli-Pisa: Nos marchamos de una ciudad que no tiene ni cornisas.

El viaje en tren resulta ser más divertido que la propia visita a Empoli, en la que lo más destacable es tomarnos una en el bar Azzurro (la cabra tira al monte). En el viaje, un tipo de aspecto chungo (de esos que ahora llaman perroflautas) nos pide un porro, y nos pasamos medio viaje fabulándonos su vida.

Cuando por fin llegamos a Pisa, nos acostamos prontito, sabiendo que al día siguiente toca madrugar. Pues nos espera ROMA, la Ciudad Eterna.