Desde Rusia con mucho amor.
Por fin en casa, tras un largo viaje. Afortunadamente en este viaje he tenido acceso a Internet (aunque no móvil, pues me temo que no me activaron debidamente el roaming), lo que me ha permitido ir contando más o menos las cosas que pasaban. Sin embargo, voy a narrar una pseudocrónica de cómo fue el viaje.
El lunes quedé con los amigos en el aeropuerto, y sin mucho misterio, un vuelo sencillo a Frankfurt (en el que nos sirven una deliciosa empanada de pollo con curry) y casi de seguido un vuelo a Moscú. Llegamos al aeropuerto y comprobamos que la seguridad rusa es un poco de chiste. Arcos de seguridad por todas partes, pero aunque pases y pite, te dejan pasar como si tal cosa. Tras unas horas en el aeropuerto, chupando wifi, nos vamos ya al tren que nos lleva a la ciudad. Esto es ya la mañana siguiente, pues entre el cambio horario y la duración del viaje, salimos un lunes y llegamos un martes.
En Moscú quedamos con la que ha sido clave en este viaje. Elena, una rusa admiradora de Hervelle, y por extensión del Bilbao Basket, que se ofreció a hacernos de guía, y que ha sido una segunda madre para nosotros el tiempo que hemos estado en Rusia. Nos enseña un poco de la ciudad, y sobre todo la Plaza Roja. Impresionante la basílica.
Comemos algo, y finalmente vamos al hotel. Yo estoy impresionado por la cantidad de nieve. Una regresión a los 6 años.
En el hotel una siesta y después bajamos al centro a tomar algo. La falta de guía y la nula compresión idomática hace que pedir unas cocacolas sea una odisea. Pero lo logramos. Después nos vamos a cenar a un restaurante ruso, el cual tenemos para nosotros solos. Caviar, arenque con patatas y ensaladilla rusa. Y cómo no, vodka. Tras la cena nos retiramos nuevamente al hotel.
El miércoles por la mañana vemos el Kremlin, con sus catedrales y su museo. Intentamos ir a ver a Lenin, pero está cerrado, pues solo abren de 10:00 a 13:00. Fail.
Después de comer en un McDonalds, y ver cómo cae la ventisca del siglo, nos desplazamos al hotel junto al pabellón, para dar ánimos a los jugadores antes del partido.
Marko Banic, tan simpático como siempre.
Del partido, poco que contar. El CSKA es una auténtica apisonadora, que nos pasa por encima sin dar ninguna opción. Tras el partido, lo ya comentado del Sports Bar y al hotel.
El jueves por la mañana, nuestra rusa favorita se marca otro gran detalle y consigue que una amiga suya le preste, para hacer un recorrido turístico, el coche... con chófer y todo. Vemos las cosas de la Expo de Moscú, la universidad, un convento de novicias y un parque que era el palacio de la Zarina. Todo ello aderezado por una hermosa capa de blanca nieve. Aprovechamos también para comprar unos souvenirs, y para cenar, ya que tenemos el día de "feel like a sir", nos vamos a un restaurante ubicado en un piso 22. De comida cara pero indiscutiblemente deliciosa.
Y antes de ir al hotel, hacemos un recorrido por algunas de las más emblemáticas paradas de metro de la ciudad; auténticos museos subterráneos. Oleaga, toma nota.
Viernes por la mañana. Todo nevado, y nuestra intención de ver a Lenin queda frustrada, pues casualidad cierran los viernes. Nos vamos de compras a la zona llamada "Viejo Arbat", sitio de souvenirs y turisteo, para acabar comiendo en un turco. Bastante barato con relación a los precios moscovitas, la verdad.
La sobremesa nos conduce de nuevo al hotel de los jugadores, donde nos juntamos con el resto de aficionados del Bilbao Basket y hacemos las fotos de rigor. El partido, pues derrota otra vez, pero una historia completamente distinta a la del miércoles. Mucha mejor imagen y al acabar damos a los jugadores la merecida ovación. Antes de que nos entreviste la ETB.
Aquí llega la nota negativa, y es que de camino al metro, algunos aficionados del Bilbao Basket son agredidos por unos anormales (no merecen otro apelativo) que les derriban, les golpean y les roban las banderas. Afortunadamente, nada realmente grave.
Al famoseo
El sábado por la mañana, quemando los últimos cartuchos, visitamos por fin a Lenin tras sufrir el frío polar en la cola (viento malvado) y después de despedirnos de la guía y de la ciudad, cogemos el tren al aeropuerto. Avión a Frankfurt, 5 horas de espera y por fin a Bilbao.
El viaje había terminado, por fin estaba en casa.