SOL-RE-DO-SI-LA-SOL-FA-SOL
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Jueves
Evidentemente, lo primero que hice tras acreditarme y tomar posesión de la habitación fue ir a la piscina. Pero después de un rato bañándonos nos dijeron que todavía no estaba abierta y nos invitaron a irnos.
Así que a comer, vuelta a la piscina (que ya estaba abierta) y a jugar Todos los zombies del presidente, una gamberrada que demuestra lo divertido que puede llegar a ser parodiar el trumpismo. Por la noche jugaba Hasta el final de la línea, partida inspirada en la película Todo a la vez en todas partes. Sin pena ni gloria, la verdad.
Viernes
Por la mañana me tocaba dirigir Uncaging Nicolas, pero el exceso de oferta de partidas hizo que solo se apuntara un jugador (que además ni vino), así que aproveché para ir a la piscina.
Por la tarde jugué mi última partida de rol en vivo: Mollina 99, basada obviamente en Brooklyn 99. Con un personaje que era un trasunto de Doug Judy, me lo pasé pipa en lo que fue como vivir la serie desde dentro.
Por la noche no hubo rol, ya que no salió ninguna partida. En su lugar, algo que es raro en TdN, noche de juegos, con Pócimas y brebajes, un par de ¿Alcachofas? ¡No, gracias! y una más larga y disputada al Tzolk'in (que gano).
Sábado
Por la mañana una de piscina (este año ha habido mucha piscina, pero es parte del encanto de estas jornadas) y tanto por la tarde como por la noche dirigí rol en vivo. Por la tarde el primer pase de Bella Ciao (coproducción con Willy) y por la noche El amor encuentra su sitio. Esta tardó un montón en arrancar, pues el móvil decidió enfadarse con el bluetooth y tuve que ir corriendo a por el ordenador portátil (menos mal que me dio por llevarlo), pues para esta partida es imprescindible la música.
Domingo
Similar al sábado: por la mañana piscina y por la tarde Bella Ciao (segundo pase). Por la noche tocaba estrenar nuevo vivo (coescrito con Mar): Vuelo nocturno, adaptación de Into the night, que sale de maravilla y conseguimos que se viva con la misma intensidad que la serie, pero se nos va un poco de las manos y nos vemos obligados a meter un poco de tijera, pues nos dieron las 5 de la mañana.
Y esto ha sido todo. Este año sí me ha cabido en una entrada.
Otro fin de semana que se nos va y que reseño aquí. El viernes una de cine, con la última entrega de Destino Final, que ya comenté ayer y luego un poco de juegos de mesa, con derrota por los pelos en La clave perdida y victoria en The Lie.
El sábado por la mañana voy al gimnasio, que llevaba tiempo sin aparecer y me pongo a remar para quemar un poco. Como (prontito), echo siesta, descorcho el Assassin´s Creed Syndicate y me voy al cine, a vel El contable 2.
Por la noche el evento etílico-musical que todos esperaban: Eurotxupito. El sorteo me depara Austria, así que acabo bebiendo bastante, como se puede deducir en la foto. Y es que tras un apretado final, el artista austriaco consigue sobrellevar el tongo y derrotar al país innombrable.
El domingo por la mañana, y con cero resaca, me voy a local, a ayudar con la limpieza, aunque la verdad es que es una tarea increiblemente fácil, que la hacemos en nada. Luego como, un poco de consola y a Miribilla, a ver cómo Bilbao Basket (que lleva de vacaciones desde la final de Salónica) pierde otro partido irrelevante contra Zaragoza, al que si acaso le da salsilla el tener dos prórrigas.
Para finalizar, un poco más de remo en el gimnasio, pintxopote con mi señora novia y a casa, que mañana las gentes de bien tenemos que trabajar.
Sin relación alguna con la final de Salónica, pero sin terminar de desprenderme de cosas relacionadas con Grecia estuvo el plan de ayer, que consistía en ir primero al karaoke y luego al restaurante griego.
Nos fuimos a uno que hay en la calle Elcano, al que había ido ya unas cuántas veces en el pasado, que es de los de reservar una sala y cantar solo el grupo que estéis. Allí pude dar voz a clásicos del karaoke, como Dos hombres y un destino o Amante bandido y atreverme con Elvis (Always on my mind) o The Killers (Mr. Brightside), pero como por suerte canto mucho mejor de lo que bailo (tampoco es muy difícil, probablemente practico operaciones de neurocirugía mejor de lo que bailo) ningún tímpano salió herido.
Luego nos fuimos al Kali Orexi, que no es mi sitio favorito en cuanto a comida, pero el trato es maravilloso y el camarero nos traía comida y adivinanzas, todo ello con mucho humor.
Después a tomarnos una en el Grafit, arreglar el mundo y para casa, que ya eran horas.
Parece que la semana va de actores noveles. Si el lunes hablaba de Owen Cooper en Adolescencia, hoy toca hablar de Jordi Catalán, el niño que da vida al protagonista de la nueva película de Javier Ruiz Caldera.
Con un esquema nada novedoso, que puede recordar a la reciente Sin instrucciones, esto va de que Carles (Miki Esparbé) descubre que tiene que hacerse cargo de un hijo del que no ha sabido nada en sus diez años de vida, lo que cambiará completamente sus dinámicas y, para sorpresa de nadie, acabarán haciéndose imprescindibles el uno para el otro. Aquí añadimos que Wolfgang tiene un CI de 152 y un trastorno de espectro autista (concretamente Asperger), lo que dificultará enormenente la convivencia. No soy quién para determinar si el Asperger está bien tratado en la película o no, pero lo cierto es que la intepretación del chaval me ha parecido muy lograda y transmite las sensaciones que parece que pretende transmitir (preciosa la escena final del piano).
En cuanto a la película, ni es ni pretende ser un alarde de originalidad, pero es una historia tierna, humana y con un final muy bonito, que nos lanza además un mensaje muy positivo sobre la gestión del duelo y los traumas, que hace que merezca la pena.
Un claro caso de "veo el trailer y resuelvo panel", pero bien hecha. Lo que sí me dio rabia fue descubrir, ya en el cine, que el idioma original es el catalán y la echaban doblada, lo que cuando se trata de cine español me saca bastante.
Andrés es un profesor de música malagueño al que mandan a hacer una sustitución en un instituto de Orduña (sin tener perfil de euskera ni nada, lo que nos permite catalogar esta película como de ciencia-ficción), con tan mala suerte de que el primer día de trabajo descubre que tiene un cáncer de oído (peor habría sido, eso sí, descubrirlo justo antes, cuando estaba en paro), y le dicen que tiene que ir a hacerse el tratamiento al hospital de Basurto.
Ahí conoce el bus de la vida, un autobús que organiza la gente del pueblo, que se encarga de llevar a los pacientes oncológicos de Orduña a Bilbao y traerlos, y entre ellos se forma una bonita comunidad, con lazos de amistad, o de algo más entre algunos.
Paralelamente tenemos que Andrés es en secreto compositor, y es quien le hace las canciones a una conocida estrella del pop, quien le anima en todo momento a sacar su propio disco, por lo que Andrés tendrá que compaginar su pasión musical con sus sentimientos hacia sus compañeros de autobús y la relación que se va forjando con ellos.
Una película bonita y con un posible tinte autobiográfico para Rovira, con un mensaje vital y un final buenrollero. No faltan sus momentos tristes, pero en absoluto se regodea en ellos, ya que quiere ser un drama, pero no un dramón.
Dentro de un género tan explotado como la biopic, el de los cantantes o bandas musicales es un subgénero también bastante manido, tanto que rascando en el cajón uno se encuentra con que le han dedicado una a nada menos que Locomía.
La verdad, no obstante, es que da bastante más juego del que habría pensado, y el resultado es muy entretenido. Sigue los esquemas clásicos de nacimiento, auge y caída, pero lo hace con un toque desenfadado, a veces de comedia, que funciona bastante bien, y que resulta ser bastante amena.
Narrada a dos tiempos, nos cuenta por una parte la historia del grupo, con sus conciertos, sus excesos, sus fiestas... y por la otra, unos años más tarde, sus peleas judiciales con su productor, magistralmente interpretado por un irreconocible Alberto Ammann.
Muy lograda también en la parte visual, con esa estética tardoochentera (aunque patina un poco con el actor que hace de Julio Iglesias), es una buena propuesta para pasar el rato y rememorar la música dance de la época, así como para recordar que este grupo lo petó y tuvo alguna otra canción que se hizo conocida.
El título de la entrada no es en alusión a la silla, que era normalita, sino que es como se llamaba el show de Marcos Arizmendi al que acudí ayer, cortesía de mi señora madre. Un divertido monólogo de cien minutos de un humorista que no conocía de nada, pero que sin ser sobresaliente (ahora, como imitador era la hostia) nos entretuvo y nos hizo reír.
Sí es verdad que a veces tenía ramalazos algo rancios, muy del estilo de humor de hace 20 años, y que como es normal, hay referencias que cuando no se pillan no terminan de hacer gracia (que eso no es culpa del humorista). Sí era culpa suya que a veces era un tanto repetitivo con algunas cosas, pero también tuvo sus momentos de genialidad.
Entre el público estaba también, y lo menciono porque tuvo su relevancia, un tal Luitingo, que debe de ser algún cantante famoso (me sonaba cero) y que además de eso deduje que su padre era amigo Arizmendi, y por eso lo sacó al escenario a cantar ambos juntos, y metió en su monólogo algunas coñas con lo que después del show me enteré de que era el título de su nuevo disco.
No es el mejor show de humor que he visto en mi vida, pero tampoco iba con esa intención, y la verdad es que nos sirvió para pasar un rato bien entretenido y reírnos, que es lo que se le pedía.
Es raro ver hoy día películas de animación que no sean en 3D, pero de vez en cuándo aparecen joyitas como esta, que recuperan el estilo naif de los dibujos animados clásicos, lo que le confiere un toque muy entrañable, y en el caso de El viaje de Ernest y Celestine le pega muy bien a la historia que nos quiere contar.
Ernest y Celestine son dos músicos callejeros que comparten piso y miserias, hasta que un problema con el violín los obliga a visitar la distópica nación de Galimatia (en el original creo que era algo parecido a Charade), una dictadura de estética soviética, en la que está prohibida nada menos que la música. Ahí, vivirán una aventura en la que la libertad de elección, frente a las imposiciones del destino, tendrá un gran peso.
La película es totalmente buenrollista, con un final de los que dejan una sonrisa en la boca, pero a pesar de lo que pueda sugerir su estilo de dibujo, tan de película europea de los años 70, no peca en absoluto de ser simplona, y aunque es claramente apta para niños, también es perfectamente visible para los ojos de un adulto.