Lionel Hutz, probablemente el segundo peor abogado del mundo.
En su habitual línea de incompetencia Pedro había dejado pasar el plazo para interponer un escrito (es comprensible, hacer el indio escaneando y poniendo colorines quita mucho tiempo) y no tuvo otra ocurrencia que decir a su cliente que sí lo había presentado en el Juzgado, cosa que era falsa, y estuvo mareando y mareando a su cliente hasta que éste, harto de esperar, se personó en el Juzgado, donde le dijeron que ahí no había ningún escrito ni nada que se le pareciera, y cuando fue a pedir explicaciones a Pedro, éste ni corto ni perezoso se limitó a decir que "la culpa había sido de Ainhoa, la cual ya no trabaja aquí, que tenía instrucciones de llevar el escrito al juzgado y no lo había hecho".
Capítulo VI: Pedripecias
Ya conté en la anterior entrada que el amigo "Pedro" no era ninguna eminencia en el campo de la abogacía, ni tampoco lo era en el terreno de la deontología (ética profesional) y entre su torpeza y su falta de escrúpulos, protagonizaba algunas jugadas cuando menos dignas de mención, como las que aquí pretendo reseñar.
El caso Rafa
El tal Rafa era un cliente que había sido condenado a abonar una multa de 600 euros en un juicio de faltas, creo recordar que por acosar a una mujer, y había recurrido en apelación, y ahí le habían desestimado, lo cual le dejaba como única opción recurrir al Tribunal Supremo.
Nadie en sus cabales se iría hasta el Supremo por una multa de 600 euros, pero tampoco nadie en sus cabales recurriría a los servicios de Pedro, y como el cliente es el que manda, Pedro decidió coger el caso.
Yo tuve noticia del asunto una mañana en la que Vanesa, de las dos chicas que trabajaban en el despacho la más jovencita, y la que acababa de terminar la carrera, me preguntó una cosa acerca del procedimiento del recurso y yo me pude dar cuenta de que el plazo para recurrir estaba vencido y que la sentencia era ya más firme que un pelotón de soldados con el sargento enfadado, y por tanto irrecurrible. Esta vez no es que a Pedro se le hubiera pasado el plazo para recurrir (que no habría sido la primera) sino que el cliente había traído el asunto al despacho con el plazo ya vencido y muerto.
Fui al despacho de Pedro a comentarle ese detalle, y primero rebatió que el plazo estuviera vencido, pero cuando no tuvo más remedio que reconocer que todo recurso sería ya extemporáneo, su reacción no fue otra que la de decir "bueno, no importa, metemos el recurso igual".
-Esto, Pedro, para meter el recurso lo podemos meter en la pescadería de la esquina, que va a servir lo mismo y nos pilla más cerca, en cuanto llegue al decanato del Tribunal Supremo un recurso de plazo vencido lo van a inadmitir de pleno, es absurdo.
-¿Pues entonces qué hago? Ya le he cobrado 1000 euros en concepto de provisión de fondos.
-Pues lo que tienes que hacer es llamar a tu cliente y decirle "Rafa, tu tema no lo puedo llevar, está fuera de plazo" y devolverle el dinero.
Su respuesta no fue otra que "pues no pienso devolverle el dinero", y no volvimos a hablar del tema. Sé que estuvo dando largas y largas a Rafa, la pena es que no llegué a saber cómo acabó la historia, ya que cuando me fui del despacho el tema todavía caldeaba.
El caso de la Pasante mágica y maravillosa
Esta historia es de la etapa post-Jokin del despacho, que me llegó por mediación de Vanesa, quien sí siguió trabajando ahí después de que yo me fuera, quien también me comentó que al poco de irnos Rosa y yo del despacho entró a trabajar como pasante otra chica, Ainhoa, pero que viendo el percal se marchó del despacho al de dos meses o tres.
En su habitual línea de incompetencia Pedro había dejado pasar el plazo para interponer un escrito (es comprensible, hacer el indio escaneando y poniendo colorines quita mucho tiempo) y no tuvo otra ocurrencia que decir a su cliente que sí lo había presentado en el Juzgado, cosa que era falsa, y estuvo mareando y mareando a su cliente hasta que éste, harto de esperar, se personó en el Juzgado, donde le dijeron que ahí no había ningún escrito ni nada que se le pareciera, y cuando fue a pedir explicaciones a Pedro, éste ni corto ni perezoso se limitó a decir que "la culpa había sido de Ainhoa, la cual ya no trabaja aquí, que tenía instrucciones de llevar el escrito al juzgado y no lo había hecho".
Gran excusa, digna de niño de 6 años. Seguro que algún día le acabará soltando al juez que tiene las pruebas que demuestran la inocencia de su cliente pero que se las ha comido su perro, que su madre se las ha metido en la lavadora, o que iba por la calle y se las ha quitado un señor.
El caso de José Antonio.
Este asunto viene a demostrar que a veces lo que tenemos es lo que nos merecemos y que cuando juntamos un abogado impresentable con un cliente estrafalario, el resultado puede ser espectacular.
El tal José Antonio era un individuo bastante peculiar, que había estado en la cárcel un par de años por quebrantamiento de condena, por burlar una orden de alejamiento contra una mujer a la que acosaba (Pedro y su imán para los acosadores), ya que haciendo gala de una inteligencia fuera de lo normal se dedicó a enviar cartas a la pobre, vigente la orden de alejamiento, con la peculiaridad de que las cartas las mandaba sin sello y se las metía personalmente en el buzón.
Estar en la cárcel no es algo agradable, y menos cuando crees que ha sido injustamente, y es el caso de José Antonio, quien estaba convencido de que había sido encarcelado injustamente, que todo había sido una conspiración contra él y pretendía querellarse contra todos los que habían intervenido en el asunto, incluyendo a la abogada de la víctima, por un delito de prevaricación.
José Antonio, que de inteligencia y raciocinio andaba más bien escaso, pero que tenía más moral que el Alcoyano, estaba convencido de que iba a ganar el asunto, y era para verlo, "esto está chupado", "no van a saber ni por dónde les caen las tortas cuando vean la querella", "este despacho se va a hacer famoso" (miedo me daba esa frase, que famosos también se hicieron los abogados de Atocha) y mientras hablaba sus ojillos relucían con ese especial brillo que confiere la demencia.
Le pedí a Pedro que me pasara el borrador de querella para echarle una mano con el tema y ya vi una cosa que no me cuadraba mucho, ya que la misma iba dirigida al Juzgado de Instrucción Barakaldo, que era el mismo que había enjuiciado a José Antonio, y aunque no sabía muy bien cómo funcionaba el procedimiento, creo que no hace falta un profundo conocimiento del Derecho procesal penal para intuir que si vas a denunciar a un juez, la mejor opción no es hacerlo en su propio juzgado. Efectivamente, consultada la ley, vimos que el lugar adecuado para ello era el Tribunal Superior de Justicia en Bilbao.
Informo de ello a Pedro, y me dice un par de días más tarde que José Antonio está empeñado en que la querella se meta en Barakaldo, que nada de meterla en Bilbao, que quiere que "la bomba caiga en Barakaldo" (literal) y que no hay forma de convencerle.
Le hago una analogía similar a la de interponer la demanda en la pescadería de la esquina, y le digo que si José Antonio se empeña en poner la querella donde no es, que muy bien, que es su dinero pero que nos firme una hoja de descargo en la que declara que le hemos explicado dónde tiene que meter la querella y que nos exonera de la responsabilidad derivada de no hacer las cosas correctamente.
Mantuvimos una reunión con él, en la que le plantamos la hoja delante de los morros a José Antonio, cuya primera reacción es la negativa a firmar, y cuando le decimos (realmente le dije, ya que Pedro hacía de abogado bueno y yo de abogado malo) que si no firmaba no había querella, empezó a rebatir, que si la Ley decía esto o aquello, ya que es del tipo de personas que se creen que saben de leyes y desconocen su propia ignorancia. (¡Si yo voy al médico no se me ocurre discutir con él de medicina!)
La conversación fue algo estilo "hay que meterla en Barakaldo porque la Ley dice que hay que denunciar en el lugar donde se han producido los hechos", respondido por un "Sí, José Antonio, eso es lo que dice la Ley de Enjuiciamiento Criminal, la cual me he estudiado a fondo, y la Ley Orgánica del Poder Judicial dice que cuando se trate de causas contra jueces o magistrados será competente el Tribunal Superior de Justicia, y efectivamente, vamos a meterla donde se han producido los hechos, que es en la comunidad autónoma de Euskadi" a lo que respondió con un "bueno, si opináis así..." y finalmente se bajó del burro. Pero no se vayan todavía, la cosa sigue.
El asunto, el cual por cierto venía rebotado de varios abogados, estaba físicamente en poder de la procuradora y fui a buscarlo a su despacho, 9 tomos de cerca de mil folios cada uno, folios como para empapelar las pirámides de Egipto, un tocho infumable que solo profanábamos de vez en cuando para leer los escritos y cartas de José Antonio, que demostraban que estaba como una auténtica regadera, por cierto, pero tanto tomo era ilegible, y eso debió de pensar Pedro, ya que un buen día me pregunta:
"Oye Jokin, ¿te has leído ya el expediente de José Antonio?"
"Oye Jokin, ¿te has leído ya el expediente de José Antonio?"
-Eh, no. Y tú, ¿te lo has leído?
-No, es que prefiero que te lo leas tú y me cuentes de qué va.
-Si, ya, yo también prefiero que te lo leas tú y me cuentes, y te recuerdo que es tu cliente y eres tú el que va a cobrarle.
-Es que no tengo tiempo, estoy muy liado, tengo muchas hojas que sellar, escanear y registrar. (su excusa para todo)
-A ver, Pedro, lo importante es hacer la querella, no poner los colorines, no deberías perder el tiempo con eso.
-Tienes razón, les mandaré a Rosa y Vanesa que lo escaneen, sellen y registren. (Hago notar que ni a Rosa ni a Vanesa les daba un solo euro)
Obviamente, el tema ni se lo leyó, y un día me pidió consejo, apurado, y no supe decirle otra cosa que:
-Lo que deberías hacer es llamar a José Antonio, decirle que el tema te queda grande, que renuncias y que le devuelves el dinero, pero como no lo vas a hacer, que nos conocemos, sé un poco listo, y dile que como nadie conoce mejor que él lo sucedido haga él la parte de los hechos de la querella, y así solo tienes que hacer la parte jurídica y te quitas la mitad del trabajo. Además, como a José Antonio le encanta escribir historietas, estará encantado.
La idea entusiasmó a Pedro, quien se lo propuso a José Antonio, a quien también pareció agradarle la idea, así que todos tan contentos. Huelga decir que la famosa querella nunca llegó a escribirse, y no volvimos a tener noticias de José Antonio, salvo que unos meses después supimos que había vuelto a escribir cartas a su "amada".
He de decir que de los clientes perjudicados por "Pedro", seguramente José Antonio fuera el que menos pena me dio, ya que nos volvió locos con sus llamadas constantes, cartas e inoportunas visitas.
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