El de verdad era todavía peor
Al tal Pedro le conocí por mediación de un conocido común, que me comentó que un abogado, Pedro, acababa de abrir despacho, en la calle Barroeta Aldamar de Bilbao, y puesto que tenía un elevado volumen de trabajo, necesitaba un socio que le echara una mano. Como yo terminaba ya el master y tenía claro que quería ejercer, parecía una ocasión inmejorable, así que le llamé.
Nos reunimos y llegamos al siguiente acuerdo: yo trabajaría en su despacho pero no trabajaría para él, sino que llevaría mis propios temas, ya que él no quería pasantes sino compañeros, y que lo que buscaba era el crecimiento del despacho como firma, pero que como yo iba a estar en su despacho sin pagarle alquiler, de vez en cuándo tendría que echarle una mano con sus asuntos, y cuando mis propios asuntos empezaran a dar dinero, hablaríamos de compartir gastos.
Sonaba razonable, salvo por la parte en la que él pretendía que le diera un porcentaje (la mitad) de todos mis asuntos, que al final quedó en que todo lo que cobrara por debajo de 500 € era íntegro para mí, y los temas gordos ya hablaríamos. Salvo por ese detalle fenicio, sonaba razonable.
Pero ya se sabe, una cosa es lo que se habla y otra lo que se pone en práctica, ya que Pedro, en efecto, no quería pasantes, quería secretarias, que le cogieran las llamadas, le hicieran el trabajo administrativo, etc...
Al poco de empezar a trabajar yo ahí, al de un mes, entraron 2 chicas nuevas al despacho: Rosa y Vanesa (ambas licenciadas en Derecho) y coincidiendo con que me colegié como abogado, pasé a ocupar la segunda mesa más grande, que estaba en una habitación aparte, quedando Rosa y Vanesa en la sala común, donde estaban haciendo básicamente trabajo de secretarias-telefonistas. Básicamente porque Pedro era un machista redomado y yo contaba con el privilegio del cromosoma XY.
El tal Pedro, que se quejaba siempre de estar muy atareado y de trabajo hasta las cejas, realmente era un patán y un incompetente. Tenía un método de trabajo de lo más peculiar, en el cual de todos sus asuntos lo apuntaba absolutamente todo, con cientos de colorines, cada nombre, cada teléfono, todo lo registraba y escaneaba hasta límites absurdos (cada hoja que le llegaba la escaneaba, la sellaba y la volvía a escanear) lo cual, como es obvio, no le dejaba tiempo para hacer el trabajo de abogado, ya alguna vez le pasó que dedicó tanto tiempo a registrar todos los dimes y diretes de un asunto (fechas, nombres, colores de calcetines...) que casi se le pasa el plazo para interponer un escrito y tuvo que hacerlo a todo correr en media hora (con evidente resultado)
Claro, hacer tanta pijada quita mucho tiempo, de hecho, muchas veces tenía que quedarse hasta muy tarde, e incluso sábados y domingos haciendo lo que su manía de querer ser tan meticuloso no le había dejado hacer, y por eso quería gente que perdiera su tiempo por él.
Lo peor no era eso, lo peor era que pretendía que nosotros lleváramos los asuntos a su manera, con historiales, escaneos y pijadas, cosa que, obviamente, no tuvo muy buena acogida por mi parte. Consejos todos, injerencias las justas. Además como ya relataré en futuras entradas, el tipo era un completo incompetente, aparte de tener una ética profesional bastante cuestionable.
La situación llegó a ser bastante incómoda, ya que aunque yo iba más o menos a mi aire, sin perjuicio de que le ayudara en sus temas, de hecho ya le saqué las castañas del fuego en más de una ocasión, a Rosa y Vanesa las tenía completamente esclavizadas, con un trabajo administrativo, un horario extenso y sin pagarles ni un solo euro, logrando que la atmósfera del despacho fuera bastante deprimente.
La cosa duró hasta que Pedro, viendo que conmigo no iba a poder, decidió cortar por lo sano e "invitarme" a abandonar el bufete, una mañana que al irme yo a mediodía me soltó el rollo de que la cosa no funcionaba y que yo ya estaba preparado para volar solo. Le di las llaves en el acto, y lo gracioso (por no decir triste) fue cuando volví a la tarde a por mis cosas (mi portátil, mis libros y mis expedientes)
Fue Rosa quien me abrió la puerta, y entré al que había sido mi despacho para empezar a recoger mis cosas, y él vino, cual araña que percibe las vibraciones de la mosca, a decirme que ya no trabajaba en el despacho, y que a ver qué estaba haciendo.
-He venido a recoger mis cosas, en cuanto las coja me marcho.
-Ahora no puede ser, que estoy reunido.
-Me parece muy bien, atiende a tu visita, que yo cojo mis cosas y me marcho.
-No, porque el ordenador está en red y tienes acceso a cosas mías, y quiero saber qué te llevas y qué no.
Aquello fue una razón para que yo no quisiera que mis cosas permanecieran ni un minuto más en ese despacho, ya que tal acto de desconfianza me demostraba la clase de cosas que él estaría dispuesto a hacer, así que fue una instructiva discusión "que te vayas, que no me voy", bastante ridícula cuando amenazó con llamar a la policía "estupendo, llama a la policía y diles que estás impidiendo que un abogado en ejercicio se lleve sus expedientes, que igual nos reímos"
Medió Rosa y me dijo que no tenía mucho sentido encabezonarse, así que me fui con Rosa y Vanesa al bar de la esquina, donde estuvimos despotricando contra Pedro y su actuación, quien, siguiendo el rastro de zumbidos en su oído vino al bar, fingiendo amabilidad, y diciendo que no había razón para que la cosa acabara mal. Pocas veces decir a alguien 4 verdades a la cara me ha resultado tan reconfortante como lo fue aquel día.
Quedé en pasar a por mis cosas la mañana siguiente, donde Pedro demostró, que además de tener una ética deficiente era tonto del culo, ya que tanto aspaviento para que no le robara nada, al final no comprobó nada, y es de la clase de personas que apunta en su ordenador su número de cuenta bancaria y la clave. Puede dar gracias a que no fui tan mezquino como él.
Y con esto cerré un episodio oscuro de mi historia laboral, aunque no acaban aquí las historias del amigo Pedro, pero como no quiero recargar demasiado la entrada, las dejo para otro día.
Capítulo V: Barroeta Aldamar
Tras un año y pico, acabé las prácticas en el despacho de Don Giuseppe y trabé contacto con un abogado, al que aquí me referiré como "Pedro", ya que así le llamaban las chicas que trabajaban en el despacho.
Al tal Pedro le conocí por mediación de un conocido común, que me comentó que un abogado, Pedro, acababa de abrir despacho, en la calle Barroeta Aldamar de Bilbao, y puesto que tenía un elevado volumen de trabajo, necesitaba un socio que le echara una mano. Como yo terminaba ya el master y tenía claro que quería ejercer, parecía una ocasión inmejorable, así que le llamé.
Nos reunimos y llegamos al siguiente acuerdo: yo trabajaría en su despacho pero no trabajaría para él, sino que llevaría mis propios temas, ya que él no quería pasantes sino compañeros, y que lo que buscaba era el crecimiento del despacho como firma, pero que como yo iba a estar en su despacho sin pagarle alquiler, de vez en cuándo tendría que echarle una mano con sus asuntos, y cuando mis propios asuntos empezaran a dar dinero, hablaríamos de compartir gastos.
Sonaba razonable, salvo por la parte en la que él pretendía que le diera un porcentaje (la mitad) de todos mis asuntos, que al final quedó en que todo lo que cobrara por debajo de 500 € era íntegro para mí, y los temas gordos ya hablaríamos. Salvo por ese detalle fenicio, sonaba razonable.
Pero ya se sabe, una cosa es lo que se habla y otra lo que se pone en práctica, ya que Pedro, en efecto, no quería pasantes, quería secretarias, que le cogieran las llamadas, le hicieran el trabajo administrativo, etc...
Al poco de empezar a trabajar yo ahí, al de un mes, entraron 2 chicas nuevas al despacho: Rosa y Vanesa (ambas licenciadas en Derecho) y coincidiendo con que me colegié como abogado, pasé a ocupar la segunda mesa más grande, que estaba en una habitación aparte, quedando Rosa y Vanesa en la sala común, donde estaban haciendo básicamente trabajo de secretarias-telefonistas. Básicamente porque Pedro era un machista redomado y yo contaba con el privilegio del cromosoma XY.
El tal Pedro, que se quejaba siempre de estar muy atareado y de trabajo hasta las cejas, realmente era un patán y un incompetente. Tenía un método de trabajo de lo más peculiar, en el cual de todos sus asuntos lo apuntaba absolutamente todo, con cientos de colorines, cada nombre, cada teléfono, todo lo registraba y escaneaba hasta límites absurdos (cada hoja que le llegaba la escaneaba, la sellaba y la volvía a escanear) lo cual, como es obvio, no le dejaba tiempo para hacer el trabajo de abogado, ya alguna vez le pasó que dedicó tanto tiempo a registrar todos los dimes y diretes de un asunto (fechas, nombres, colores de calcetines...) que casi se le pasa el plazo para interponer un escrito y tuvo que hacerlo a todo correr en media hora (con evidente resultado)
Claro, hacer tanta pijada quita mucho tiempo, de hecho, muchas veces tenía que quedarse hasta muy tarde, e incluso sábados y domingos haciendo lo que su manía de querer ser tan meticuloso no le había dejado hacer, y por eso quería gente que perdiera su tiempo por él.
Lo peor no era eso, lo peor era que pretendía que nosotros lleváramos los asuntos a su manera, con historiales, escaneos y pijadas, cosa que, obviamente, no tuvo muy buena acogida por mi parte. Consejos todos, injerencias las justas. Además como ya relataré en futuras entradas, el tipo era un completo incompetente, aparte de tener una ética profesional bastante cuestionable.
La situación llegó a ser bastante incómoda, ya que aunque yo iba más o menos a mi aire, sin perjuicio de que le ayudara en sus temas, de hecho ya le saqué las castañas del fuego en más de una ocasión, a Rosa y Vanesa las tenía completamente esclavizadas, con un trabajo administrativo, un horario extenso y sin pagarles ni un solo euro, logrando que la atmósfera del despacho fuera bastante deprimente.
La cosa duró hasta que Pedro, viendo que conmigo no iba a poder, decidió cortar por lo sano e "invitarme" a abandonar el bufete, una mañana que al irme yo a mediodía me soltó el rollo de que la cosa no funcionaba y que yo ya estaba preparado para volar solo. Le di las llaves en el acto, y lo gracioso (por no decir triste) fue cuando volví a la tarde a por mis cosas (mi portátil, mis libros y mis expedientes)
Fue Rosa quien me abrió la puerta, y entré al que había sido mi despacho para empezar a recoger mis cosas, y él vino, cual araña que percibe las vibraciones de la mosca, a decirme que ya no trabajaba en el despacho, y que a ver qué estaba haciendo.
-He venido a recoger mis cosas, en cuanto las coja me marcho.
-Ahora no puede ser, que estoy reunido.
-Me parece muy bien, atiende a tu visita, que yo cojo mis cosas y me marcho.
-No, porque el ordenador está en red y tienes acceso a cosas mías, y quiero saber qué te llevas y qué no.
Aquello fue una razón para que yo no quisiera que mis cosas permanecieran ni un minuto más en ese despacho, ya que tal acto de desconfianza me demostraba la clase de cosas que él estaría dispuesto a hacer, así que fue una instructiva discusión "que te vayas, que no me voy", bastante ridícula cuando amenazó con llamar a la policía "estupendo, llama a la policía y diles que estás impidiendo que un abogado en ejercicio se lleve sus expedientes, que igual nos reímos"
Medió Rosa y me dijo que no tenía mucho sentido encabezonarse, así que me fui con Rosa y Vanesa al bar de la esquina, donde estuvimos despotricando contra Pedro y su actuación, quien, siguiendo el rastro de zumbidos en su oído vino al bar, fingiendo amabilidad, y diciendo que no había razón para que la cosa acabara mal. Pocas veces decir a alguien 4 verdades a la cara me ha resultado tan reconfortante como lo fue aquel día.
Quedé en pasar a por mis cosas la mañana siguiente, donde Pedro demostró, que además de tener una ética deficiente era tonto del culo, ya que tanto aspaviento para que no le robara nada, al final no comprobó nada, y es de la clase de personas que apunta en su ordenador su número de cuenta bancaria y la clave. Puede dar gracias a que no fui tan mezquino como él.
Y con esto cerré un episodio oscuro de mi historia laboral, aunque no acaban aquí las historias del amigo Pedro, pero como no quiero recargar demasiado la entrada, las dejo para otro día.
2 comentarios:
Buff... menuda historia... no comprendo demasiado bien el problema del ordenador en red ... hubiera sido gracioso desconectar el cable de red en ese momento y metérselo por el **** "hala..., ya no me llevo tus expedientes!", pero supongo que el dilema era técnicamente más complicado...
Hombre, el abogado fuera de lo común eres tú, ¿no? :p El no hace más que su trabajo...
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