Entre los sitios que me ha tocado trabajar hay uno tan dedicado a la cultura como un museo, y en él se encuadra uno de mis primeros y más duros trabajos en la ETT, que fue:
Limpiar el estanque del Guggenheim
Creo que el título es bastante descriptivo de lo que significaba esta tarea que llevamos a cabo en 3 duros días un grupo de unas 6 personas, y que me pareció físicamente criminal.
Primero era criminal por las horas a las que tenía que estar uno ahí, ya que si mal no recuerdo, teníamos que estar a las 7 ya cambiados, con el mono y unas incomodisimas botas de suela de finísima goma, a dar caña a la increíble cantidad de mugre y cieno que se junta en el fondo del estanque. Afortunadamente vacío, que si no iba a ser una risa.
El modus operandi era separar a manguerazos, con chorro de agua a presión, la mierda del suelo, y luego, con unas escobas ir empujando esas cantidades de agua hacia los sumideros. Las masas de agua eran bastante pesadas, y la verdad es que costaba, y así como al principio tienes fuerzas, llega un momento en el que no puedes ni con los huevos.
El horario era duro (mañana y tarde, aprovechando las horas de sol), aunque se agradece que en la pausa para comer, la comida fuera incluida, pero el trabajo era agotador. El último día me costaba mantenerme en pie, y no tanto por el cansancio sino por el dolor de pies, por culpa de esas horrorosas botas. Tampoco ayudó que uno de los días, pasando por una parte muy resbaladiza, la gravedad surtiera efecto y yo me diera de lomos contra el suelo.
Lo que más me llamó la atención de esto fue la cantidad de moneditas (sobre todo de 1 y 2 céntimos) que tiraba la gente. De vez en cuándo, cuando salían yacimientos golosos solíamos cogerlas, y creo que llegué a contar unos 7 euros en monedas de céntimo, que no es barro (bueno, barro había bastante).
Aquel fue un trabajo duro, pero reconfortante, sobre todo a la hora de cobrarlo, y ahora, cada vez que paso cerca el museo recuerdo la ocasión en que me tocó limpiar el estanque.
Primero era criminal por las horas a las que tenía que estar uno ahí, ya que si mal no recuerdo, teníamos que estar a las 7 ya cambiados, con el mono y unas incomodisimas botas de suela de finísima goma, a dar caña a la increíble cantidad de mugre y cieno que se junta en el fondo del estanque. Afortunadamente vacío, que si no iba a ser una risa.
El modus operandi era separar a manguerazos, con chorro de agua a presión, la mierda del suelo, y luego, con unas escobas ir empujando esas cantidades de agua hacia los sumideros. Las masas de agua eran bastante pesadas, y la verdad es que costaba, y así como al principio tienes fuerzas, llega un momento en el que no puedes ni con los huevos.
El horario era duro (mañana y tarde, aprovechando las horas de sol), aunque se agradece que en la pausa para comer, la comida fuera incluida, pero el trabajo era agotador. El último día me costaba mantenerme en pie, y no tanto por el cansancio sino por el dolor de pies, por culpa de esas horrorosas botas. Tampoco ayudó que uno de los días, pasando por una parte muy resbaladiza, la gravedad surtiera efecto y yo me diera de lomos contra el suelo.
Lo que más me llamó la atención de esto fue la cantidad de moneditas (sobre todo de 1 y 2 céntimos) que tiraba la gente. De vez en cuándo, cuando salían yacimientos golosos solíamos cogerlas, y creo que llegué a contar unos 7 euros en monedas de céntimo, que no es barro (bueno, barro había bastante).
Aquel fue un trabajo duro, pero reconfortante, sobre todo a la hora de cobrarlo, y ahora, cada vez que paso cerca el museo recuerdo la ocasión en que me tocó limpiar el estanque.
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