Tirando de Wikipedia, la navaja de Ockham (a veces escrito Occam u Ockam), principio de economía o principio de parsimonia, es un principio filosófico atribuido a Guillermo de Ockham (12/80-1349), según el cual cuando dos teorías en igualdad de condiciones tienen las mismas consecuencias, la teoría más simple tiene más probabilidades de ser correcta que la compleja. Lo cierto es que sería más adecuado en este caso hacer la comparación con el Nudo Gordiano, como muestra de pensamiento paralelo, o lo que viene siendo tirar por la calle de enmedio como solución a la propia inutilidad.
Érase que se era una lámpara de salón que se rompió, y unos moradores que compraron una nueva para reemplazarla. Pero acontece que las medidas no eran iguales, por lo que atornillarla al techo no era fácil, pues clavarla al techo a golpe de zapatilla no parecía lo más adecuado.
Tras bastante tiempo con la lámpara en una caja, nos prestaron un taladro. Si bien la solución no era tan maravillosa en la realidad como en el mundo de las ideas, y había varias barreras, como la falta de puntería, con la que no atinábamos a hacer un agujero recto, o la propia dureza del techo, que por alguna razón era demasiado duro y no había forma, ni con el taladro.
Pero la desesperación trae a veces buenas ideas, y se nos iluminó la bombilla (en un sentido nunca tan metafórico), teniendo la siguiente idea: aprovechar el enganche de la otra lámpara. Solo había que desatornilarlo, pasar el nuevo enganche por debajo (por encima, más bien) y empalmarlo perfectamente. Una solución rápida, sencilla y que por supeusto podríamos haber hecho sin necesidad de usar el taladro.
¿Y por qué no hicimos eso antes? Coño, no teníamos el taladro...
Érase que se era una lámpara de salón que se rompió, y unos moradores que compraron una nueva para reemplazarla. Pero acontece que las medidas no eran iguales, por lo que atornillarla al techo no era fácil, pues clavarla al techo a golpe de zapatilla no parecía lo más adecuado.
Tras bastante tiempo con la lámpara en una caja, nos prestaron un taladro. Si bien la solución no era tan maravillosa en la realidad como en el mundo de las ideas, y había varias barreras, como la falta de puntería, con la que no atinábamos a hacer un agujero recto, o la propia dureza del techo, que por alguna razón era demasiado duro y no había forma, ni con el taladro.
Pero la desesperación trae a veces buenas ideas, y se nos iluminó la bombilla (en un sentido nunca tan metafórico), teniendo la siguiente idea: aprovechar el enganche de la otra lámpara. Solo había que desatornilarlo, pasar el nuevo enganche por debajo (por encima, más bien) y empalmarlo perfectamente. Una solución rápida, sencilla y que por supeusto podríamos haber hecho sin necesidad de usar el taladro.
¿Y por qué no hicimos eso antes? Coño, no teníamos el taladro...
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