El hotel estaba junto a Wembley.
No es que haya mucho que contar del último día, pero así completo la crónica. Esta empieza cuando a las 7 de la mañana las guiris borrachas de la habitación de al lado volvieron de gaupasa pegando berridos, haciendo que tuviéra que ir a aporrearles la puerta y gruñir algo parecido a "please, we are trying to sleep, you are very noisy" que funcionó (mi probable cara de mala hostia imagino que ayudaría).
Volvimos a dormir un rato más antes de ir a disfrutar del excelente desayuno del hotel (mmm... Nutella...) y luego a dar un garbeo por la zona de Wembley. No es que sea especialmente futbolero, pero a fin de cuentas es un edificio emblemático, y estaba ahí. La pena es que no se podía entrar, pero bueno.
Para evitar andar con prisas, a las 11 (nuestro avión salía a las 14:00) cogimos el caro metro hasta la estación de Liverpool Street, donde cogíamos el tren al aeropuerto de Stansted. Entre pitos y flautas, llegamos casi a las 13:00 al aeropuerto, facturamos rápidamente y después de hacer cola en los arcos de seguridad, a todo correr a recorrer el aeropuerto (acostumbrados a Loiu, cualquier aeropuerto me parece enorme) para coger el avión que nos devolví a la cruel realidad.
Londres ha molado. Mucho. Quiero volver.
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