lunes, 9 de julio de 2018

Vuelta de Milan (1)

Il Duomo por la noche.

Ya de regreso en Bilbao (hace rato, de hecho), procedo a narra el fin de semana milanés.

Este viaje tenía como propósito visitar a mi señora madre (en adelante, SM) y su señor consorte (en adelante, SC), que llevan desde abril residiendo en la capital lombarda, en una suerte de "Erasmus" de jubilados, pues entre sus aficiones está la de estudiar italiano. Me acompañaba en el viaje mi señora novia (en adelante, SN), y ambos cogimos el avión el viernes a eso de las 17 de la tarde. Debería haber salido algo antes, pero las autoridades aéreas detectaron la presencia de SN en la lista de pasajeros, y por no faltar a la tradición, vuelo en el que viaja SN, vuelo que se retrasa.

Llegados a Malpenza, el encuentro con SM y SC, que nos conducen a su vivienda, donde nos habríamos de alojar. Una vez instalados, nos vamos a dar un garbeo los cuatro por el centro milanés y a cenar en una terraza (pizza, ¿cómo no?).

Dormimos, siendo sensualmente acariciados por los mosquitos (ciudad húmeda y calor, divertida combinación) y a la mañana siguiente nos vamos otra vez al centro, aprovechando para comprar souvenirs y subir al Duomo. Acostumbrado a ver catedrales desde dentro, tiene su gracia verla desde arriba.

Parece que eran hormiguitas.

De ahí, tras comer a la carrera, SN y yo nos vamos a la Iglesia de Santa Maria delle Grazie, donde empieza la visita guiada, cuyo objetivo principal era ver el que sin duda es el cuadro más icónico de Milán, y protagonista de cierta novela de Dan Brown: La Última Cena. Por normas del sitio, la visita es breve, pero vale la pena. Confieso que lo imaginaba más pequeño.

Seguimos con la visita, haciendo parada en el castillo Sforza, bajo un sol abrasador, y continuamos con la galería y nuevamente a la plaza del Duomo (he resumido dos horas de visita en tres líneas, ¡toma ya!).

Acaba la visita y nos vamos a merendar, unos panzerotti (una especie de buñuelos salados rellenos, muy ricos) y unos espectaculares helados, antes de dirigirnos a una de las zonas más bonitas de Milán: los canales de Navigli.

Ahí estamos mojando los pies, mientras saboreamos unas bebidas frescas y charlamos con un italiano muy majete, que se manejaba perfectamente en español. Estamos ahí hasta la cena, aunque no tengo claro si la cena son las porciones de pizza o nosotros, a tenor de los mosquitos que, sin ningún tipo de disimulo, se abalanzaban a la caza y captura de nuestro humor sanguíneo.

La última cena fuimos nosotros.

Deambulamos un poco por Navigli, y ya tomamos la avenida Génova (no confundir con la sede del PP) rumbo al Duomo, donde cogeríamos un taxi para volver a casa.

Próximas paradas: Como y Bellagio.

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