Obviando el miércoles, que fue el día de viajar, nos vamos ya al jueves. Acreditaciones, saludos, tomar posesión del bungalow y nos vamos a intentar hacer la primera actividad. Agua. Mi primera partida, Deus in Licentia, se cae por falta de participantes. Así que por la tarde una partida de Quarriors y por la noche juego el ReV de Bioshock, donde tras comprobar que Andrew Ryan está como las maracas de Machín,me acabo uniendo a la rebelión. Por suerte la partida de rol resulta ser bastante más divertida que el videojuego en el que se inspira.
Tras la partida, una tranquila sesión de charleta y a dormir, que al día siguiente tocaba dirigir.
Pero no. Aunque el viernes por la mañana me tocaba dirigir el ReV de Padre made in USA, la falta de inscritos obliga a cancelar otra actividad. También se cancela la partida de 2084 que no dirigía yo, pero que me fastidia por obvios motivos.
Por la tarde, en cambio, sí conseguimos jugar: Oro y plomo, un western que acaba con una ensalada de tiros, y en el que lo más divertido es inventarnos escenas, como el bautizo de un pobre indio que pasaba por ahí, con agua de abrevadero (y no de prostíbulo, como se empeñaba el cura).
Por la noche una delicia de partida: Miedo rojo. Una crítica a la caza de brujas anticomunista de los años 50 en la que nos metemos en la piel de cineastas obligados a declarar ante la comisión de actividades antiamericanas, y sufrimos la frustración de un proceso bananero e injusto pero disfrutamos enormemente como jugadores. La mejor partida que he jugado en mucho tiempo.
Y después a tomar una tranquilamente. Pero sin excesos, que al día siguiente tocaba otra vez madrugar y dirigir partida. ¿Se me volvería a cancelar otra partida?
Tras la partida, una tranquila sesión de charleta y a dormir, que al día siguiente tocaba dirigir.
Pero no. Aunque el viernes por la mañana me tocaba dirigir el ReV de Padre made in USA, la falta de inscritos obliga a cancelar otra actividad. También se cancela la partida de 2084 que no dirigía yo, pero que me fastidia por obvios motivos.
Por la tarde, en cambio, sí conseguimos jugar: Oro y plomo, un western que acaba con una ensalada de tiros, y en el que lo más divertido es inventarnos escenas, como el bautizo de un pobre indio que pasaba por ahí, con agua de abrevadero (y no de prostíbulo, como se empeñaba el cura).
Por la noche una delicia de partida: Miedo rojo. Una crítica a la caza de brujas anticomunista de los años 50 en la que nos metemos en la piel de cineastas obligados a declarar ante la comisión de actividades antiamericanas, y sufrimos la frustración de un proceso bananero e injusto pero disfrutamos enormemente como jugadores. La mejor partida que he jugado en mucho tiempo.
Y después a tomar una tranquilamente. Pero sin excesos, que al día siguiente tocaba otra vez madrugar y dirigir partida. ¿Se me volvería a cancelar otra partida?
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