La vieja Acrópolis (que la nueva da mal rollo)
Atenas, la capital griega. Esa ciudad que ahora es sinónimo de cutrez y decadencia era hace 10 años.. sinónimo de cutrez y decadencia.
No era esta mi primera incursión a la ciudad de Sócrates y Platón, pues ya había estado antes, de viaje de estudios con los compañeros de carrera. Y bueno, una cosa muy buena tiene Atenas, y es que es todo bastante barato. Como muestra, el hotel nos costaba 8 euros por noche, y los precios de la comida eran realmente asequibles. Lo que ya no era tan asequible era el calor.
De Atenas vimos su Acrópolis, con su Partenón, su museo, y sobre todo el carácter de sus gentes. Bien, ya había mencionado que el griego es un pueblo poco amigo de hacer esfuerzos innecesarios (y los necesarios tampoco es que les gusten mucho), y que siguiendo los preceptos del filósofo Procrastínades, allí son vagos hasta los perros. Recordamos la anécdota del perro callejero que yacía tumbado en una puerta automática, la cual se cerraba y al chocar con el ¿cadáver? del perro se volvía a abrir. Anotamos "perro griego" en la agenda y seguimos con la narración.
Esa noche optamos por salir algo de fiesta y catar el Ouzo, una bebida regional, bastante parecida al anís, y de parecidos efectos. Una buena borrachera y al día siguiente un poco de turismo de relax. Nos vamos, con unos zaragozanos y unos barceloneses con los que trabamos contacto, a pasar el día a la playa de Kineta.
Y a la vuelta, antes de marchar de Atenas, la espera al tren se ameniza con un kioskero estafador que se niega a devolverme el importe de un batido cortado que me vende (la discusión se zanjó con un "pues abro la nevera y ya cojo yo otro. ¿qué vas a hacer? ¿moverte e impedirlo?") y el perro del día anterior, que parecía haber recuperado la energía, y se dedicaba a perseguir nuestras chancletas, que llevábamos colgando para que se secaran.
Sin más dilación, cogemos nuestro siguiente tren, con Estambul en mente.
Atenas-Salónica: Nos metemos en un tren, otra vez la misma tónica.
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