Vilmente robado de Twitter.
A todos nos ha pasado en alguna ocasión (y no es raro que haya sido de niños), todos nos hemos oído grabados una primera vez y todos hemos sufrido esa horrible voz con la que salimos. "¿Quién es el tipo ese? ¡Que lo maten!".
Lo primero que piensas es que el sonido estaba mal, y que las voces salen raras, pero entonces empiezas a darte cuenta de que los demás suenan perfectamente, con sus voces normales, y se te cae un mundo a los pies cuando descubres que ESO es tu verdadera voz, y no lo que oyes dentro de tu cabeza.
Y piensas, "¿si tengo esa voz de gilipollas, por qué no me mata la gente nada más abro la boca?", con lo que mola nuestra voz original, nos vemos como si estuviéramos siendo interpretados por un mal actor de doblaje. Y los que no solemos oírnos habitualmente sufrimos además la suerte o desgracia de olvidarnos de esa verdad, de manera que la siguiente vez que nos volvemos a escuchar, pasamos por el mismo trago y vemos que durante todo ese tiempo hemos estado hablando con ese timbre horrífono que nos pone de mala hostia nada más escucharlo.
Y piensas "no volveré a hablar nunca", cada vez que te oyes. "Ojalá tuviera la manera de hacer que la gente me oyera como oigo yo", piensas otras veces. Y otras, en cambio, puedes pensar "¿y cómo se oirá el resto del mundo a sí mismo?".
Y piensas "no volveré a hablar nunca", cada vez que te oyes. "Ojalá tuviera la manera de hacer que la gente me oyera como oigo yo", piensas otras veces. Y otras, en cambio, puedes pensar "¿y cómo se oirá el resto del mundo a sí mismo?".
Pero lo que es peor, que seguro que hay quien lee este blog mientras le pone mi voz oficial, y no la que yo oigo cada vez que abro la boca. La naturaleza es cruel.
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