Que alguien abofetee al de la cámara.
Una especie de comedia-drama sobre un grupo de personas muy dispar que tienen entre sí una cosa en común: haber estado encerrados en un túnel derrumbado varios días.
Con un estilo muy de americanada total, sin duda homenajeándolo, empieza con una escena completamente de final de una de esas películas de catástrofes, con todo tipo de clichés, con un Raúl Cimas soberbio en la parodia del estereotipo, y da el salto a unos días después, para contarnos lo que nos quiere contar la película, que es el retorno de esta gente a la vida normal, cómo la situación extrema crea en ellos un sentimiento de pertenencia, pero sobre todo una catarsis. La catarsis de un verdadero gilipollas, un insufrible sin gracia al que solo Arturo Valls haciendo de sí mismo podía dar vida. Pero ese personaje odioso e insoportable, al que quieres partir la cara cada vez que abre la boca, queda plenamente justificado por la historia, en la que ese personaje que Valls crea a su propia medida tiene que salir de otro túnel mucho más oscuro, para intentar llegar a su redención particular.
Si he de ser sincero, no tengo muy claro si me ha parecido buena o mala, ya que tiene momentos bastante graciosos (ay, ese CD de los Pecos...) y otros de humor negro bastante fino, sin llegar a rebuscar en exceso en el cubo de los chistes fáciles, pero el guión no termina de arriesgar, y aunque tiene su porqué, se me hacía difícil soportar al protagonista (aunque al final se acaba medio empatizando con él), y tal vez los personajes se quedan un poco más desdibujados de lo que debería. Por contra, en su favor hay que decir que la película va ganando interés a medida que avanza la película, y la escena en la que cuentan lo realmente sucedido en el túnel se hace bastante amena con su capa de homenaje al cine de catástrofes.
Reza el cartel que "dicen que está bien". Le concedo que algo de razón tiene. No me parece una película imprescindible, pero verse, se puede ver.
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