Le faltó decir supercalifragilísticoespialidoso.
En parte era una respuesta arriesgada plantear esta secuela 54 años después de la original, puesto que supone repescar del baúl uno de los pesos pesados del cine de no animación de Disney y el peligro de profanar un clásico estaba ahí. Mary Poppins es un mito, un icono del cine infantil con el que muchas generaciones hemos crecido, y el desafío era devolvernos a la infancia sin destrozar nada.
Prueba superada. Sí, calma, no rompen nada y la secuela funciona, pues conserva el espíritu de la Mary Poppins original, a la que es fiel tanto en el tono como en el apartado estético. En este sentido es muy bueno el trabajo de fotografía, que logra un aspecto visual impecable. Es, por ejemplo, maravilloso, el viaje al mundo de la porcelana, completamente mágico.
Juega también muy bien con el factor nostalgia, recuperando a personajes icónicos de la película original, y sobre todo la aparición estelar de Dick Van Dyke, que dan ganas de aplaudir. Y, por supuesto, muchas canciones.
Lo que tenía que ser. Pero, ojo, hay que verla con ojos de niño.
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