Muy al hilo de la actualidad, toca llegar a la parte griega del viaje, en un país caluroso y calmado. Demasiado calmado.
Brindisi-Corfú: Nos escapamos de Brindisi, hogar de Belcebú.
Navegábamos rumbo a Corfú, donde a nuestra llegada, a las 7 de la tarde, nos esperaba el guía del "hostal" Sunrock. Nos montamos en una furgoneta, digna de Woodstock, y el conductor nos lleva a trompicones por entre la escarpada geografía corfuíta. Contra todo pronóstico, cruzamos la isla de lado a lado y nos llevan a nuestro destino, el Sunrock. ¿Y qué es del marchoso hotel que nos prometieron en la agencia? Aquí solo vemos un chiringuito playero, donde nos dan una mesa, nos sacan unas bebidas y nos dicen que esperemos, que nos preparan las habitaciones.
Esperamos un cuarto de hora, media hora, una hora... y cuando preguntamos qué coño pasa con las habitaciones, todo lo que nos saben decir es "relax". Nos tiramos rato largo de relax, y cuando va a anochecer, volvemos a preguntar por nuestras jodidas habitaciones. "Relax". Relax, su puta... Cae la noche, y nos vamos a dar un baño, que parece que la cosa va para largo. El agua perfecta, pero la resaca casi me lleva mar adentro, lo que hubiera sido menos gracioso. Al menos para mí.
Salimos de darnos el baño, y "relax" sigue siendo la respuesta a nuestras reinvindicaciones. Nuestras narices comienzan a hincharse, y finalmente nos hacen caso, o algo. Nos hacen subir de nuevo a la furgoneta, y nos llevan monte arriba (estupendo, ahora nos pegarán un tiro, enterrarán nuestros cuerpos, y de nosotros nunca más se supo). Por suerte solo nos llevan a un viejo caserón (pero una casa normal, donde vive gente y eso), desocupado, eso sí, y nos dejan pasar ahí la noche. Un poco mosca (salvo Olga, a quien esto le recordaba a la novela de Durrell y estaba encantada) pasamos la noche con un ojo abierto. Y finalmente al amanecer, vuelven a llevarnos a Kerkyra. Allí cogemos los billetes para el ferry. Pero como es a la noche, tenemos todo el día para pasearnos por la ciudad. Allí disfrutamos de un agradable sol, y contemplamos in situ la legendaria vagancia de los griegos.
Concretamente la comprobamos cuando sin querer casi nos colamos en un museo, y descubrimos que hay que pagar cuando el tipo de la garita, lejos de levantarse de la silla para advertirnos, nos grita tímidamente "eh, hello, stop!", emitiendo sonidos más parecidos a un gimoteo que a un grito, a lo "detenedlos... se escapan...", pero sin hacer el más mínimo ademán de levantarse del asiento.
También disfruto de la picarseca helena cuando en un kiosko aprovechan el cambio para colarme una moneda falsa de dos euros.
Brindisi-Corfú: Nos escapamos de Brindisi, hogar de Belcebú.
Navegábamos rumbo a Corfú, donde a nuestra llegada, a las 7 de la tarde, nos esperaba el guía del "hostal" Sunrock. Nos montamos en una furgoneta, digna de Woodstock, y el conductor nos lleva a trompicones por entre la escarpada geografía corfuíta. Contra todo pronóstico, cruzamos la isla de lado a lado y nos llevan a nuestro destino, el Sunrock. ¿Y qué es del marchoso hotel que nos prometieron en la agencia? Aquí solo vemos un chiringuito playero, donde nos dan una mesa, nos sacan unas bebidas y nos dicen que esperemos, que nos preparan las habitaciones.
Esperamos un cuarto de hora, media hora, una hora... y cuando preguntamos qué coño pasa con las habitaciones, todo lo que nos saben decir es "relax". Nos tiramos rato largo de relax, y cuando va a anochecer, volvemos a preguntar por nuestras jodidas habitaciones. "Relax". Relax, su puta... Cae la noche, y nos vamos a dar un baño, que parece que la cosa va para largo. El agua perfecta, pero la resaca casi me lleva mar adentro, lo que hubiera sido menos gracioso. Al menos para mí.
Salimos de darnos el baño, y "relax" sigue siendo la respuesta a nuestras reinvindicaciones. Nuestras narices comienzan a hincharse, y finalmente nos hacen caso, o algo. Nos hacen subir de nuevo a la furgoneta, y nos llevan monte arriba (estupendo, ahora nos pegarán un tiro, enterrarán nuestros cuerpos, y de nosotros nunca más se supo). Por suerte solo nos llevan a un viejo caserón (pero una casa normal, donde vive gente y eso), desocupado, eso sí, y nos dejan pasar ahí la noche. Un poco mosca (salvo Olga, a quien esto le recordaba a la novela de Durrell y estaba encantada) pasamos la noche con un ojo abierto. Y finalmente al amanecer, vuelven a llevarnos a Kerkyra. Allí cogemos los billetes para el ferry. Pero como es a la noche, tenemos todo el día para pasearnos por la ciudad. Allí disfrutamos de un agradable sol, y contemplamos in situ la legendaria vagancia de los griegos.
Concretamente la comprobamos cuando sin querer casi nos colamos en un museo, y descubrimos que hay que pagar cuando el tipo de la garita, lejos de levantarse de la silla para advertirnos, nos grita tímidamente "eh, hello, stop!", emitiendo sonidos más parecidos a un gimoteo que a un grito, a lo "detenedlos... se escapan...", pero sin hacer el más mínimo ademán de levantarse del asiento.
También disfruto de la picarseca helena cuando en un kiosko aprovechan el cambio para colarme una moneda falsa de dos euros.
Finalmente, a las 23:30 embarcábamos con destino a Patras. Dejábamos Corfú, pero aún le quedaba mucha Grecia a nuestro viaje.
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