Si hay una cosa que me gusta son las películas honestas, esas que te prometen una cosa y te la dan. Y "Los mercenarios 2" lo es. Promete, como la primera, tiros y explosiones sin sentido, orquestados por actores famosos riéndose de sí mismos. Y eso es lo que obtenemos.
Podría hablar del argumento, pero no tendría mucho sentido. Un terrorista internacional (Van Damme) tiene un malvado plan, y los buenos (Stallone y compañía) van y se lo impiden. Si en la primera entrega era en alguna república bananera centroamericana, esta vez la acción se traslada a la Europa del Este, en algún lugar indeterminado de Albania, castigado por la guerra y donde el idioma es una mezcla entre el ucraniano y el búlgaro (sic), aunque como ya hacía la primera entrega, la película empieza in media res con una trepidante y ultraviolenta escena de acción en algún lugar de China.
No tendría mucho sentido hablar del argumento, que de hecho es un poco chapucero en cuanto a las transiciones entre escenas ("¡Eh! ¿Por qué están en un aeropuerto internacional? si hace un momento estaban en una mina de Plutonio!" "Te jodes, no haber desconectado el cerebro"), y bueno, huelga decir que el desarrollo de los personajes no es algo trabajado y elaborado.
Pero no es eso lo que uno va a ver si se mete en una sala en la que están proyectando Los mercenarios 2. Aquí lo que se busca es ver explosiones y reírse. Y la película es divertida, con gran número de fantasmadas por metro cuadrado y muchos malos muertos. Eso sí, cuando son atacados por lobos, un disparo al aire. Matar sicarios sí, pero lobos no.
Y lo importante, el constante carrusel de metafóricas autofelaciones de los protagonistas, para deleite del espectador, que tiene como momentos cumbre la aparición, casi epifánica, de Chuck Norris (que con la tontería del chiste de la mordedura de la serpiente me arrancó una estúpida risotada), o las grandes frases de Schwarzenegger, al que Constantino Romero opta aquí por doblar a lo McBane, para descojone de los espectadores. Y grandes guiños al espectador, como en el intercambio de frases entre Bruce Willis y el propio Arnold diciendo "Yippi Kai Ei".
En resumen, que esta película es lo que parece.
Podría hablar del argumento, pero no tendría mucho sentido. Un terrorista internacional (Van Damme) tiene un malvado plan, y los buenos (Stallone y compañía) van y se lo impiden. Si en la primera entrega era en alguna república bananera centroamericana, esta vez la acción se traslada a la Europa del Este, en algún lugar indeterminado de Albania, castigado por la guerra y donde el idioma es una mezcla entre el ucraniano y el búlgaro (sic), aunque como ya hacía la primera entrega, la película empieza in media res con una trepidante y ultraviolenta escena de acción en algún lugar de China.
No tendría mucho sentido hablar del argumento, que de hecho es un poco chapucero en cuanto a las transiciones entre escenas ("¡Eh! ¿Por qué están en un aeropuerto internacional? si hace un momento estaban en una mina de Plutonio!" "Te jodes, no haber desconectado el cerebro"), y bueno, huelga decir que el desarrollo de los personajes no es algo trabajado y elaborado.
Pero no es eso lo que uno va a ver si se mete en una sala en la que están proyectando Los mercenarios 2. Aquí lo que se busca es ver explosiones y reírse. Y la película es divertida, con gran número de fantasmadas por metro cuadrado y muchos malos muertos. Eso sí, cuando son atacados por lobos, un disparo al aire. Matar sicarios sí, pero lobos no.
Y lo importante, el constante carrusel de metafóricas autofelaciones de los protagonistas, para deleite del espectador, que tiene como momentos cumbre la aparición, casi epifánica, de Chuck Norris (que con la tontería del chiste de la mordedura de la serpiente me arrancó una estúpida risotada), o las grandes frases de Schwarzenegger, al que Constantino Romero opta aquí por doblar a lo McBane, para descojone de los espectadores. Y grandes guiños al espectador, como en el intercambio de frases entre Bruce Willis y el propio Arnold diciendo "Yippi Kai Ei".
En resumen, que esta película es lo que parece.
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