Max y Furiosa se enfrentan a su gesta más complicada: aparcar en Bilbao.
Una guitarra eléctrica-lanzallamas que adorna con su música una persecución al son de unos tambores es toda una declaración de intenciones de una de las mejores películas de acción de los últimos tiempos. Mad Max no se pierde en artificios argumentales y empieza a administrar dosis de adrenalina desde el minuto uno, siendo casi toda la película una frenética persecución en un mundo postapocalíptico y con una estética muy definida. ¿Sentido? No, ni falta que hace, pero un regalo visual para pegar botes en el asiento.
Malos muy malos y héroes (heroínas sobre todo) con un culo muy duro que se enfrentan a todo lo que se les pone delante, o siendo más precisos, a todo lo que se les pone detrás. Un viaje de ida y vuelta, adornado con insinuaciones de un trasfondo personal del protagonista, en una película total y absolutamente videojueguera.
Tal vez tiene la pega de que se acaba haciendo algo repetitiva, pero cumple eficazmente con su cometido: sabe a lo que juega y lo hace muy bien. La trama es simple cual chupete y no se pierde en tener o dejar de tener sentido. Lo importante es lo visual, lo molón, y en ese apartado alcanza la excelencia. Intenta divertir y vaya si lo consigue.
Sabes que una película lo ha hecho bien cuando al de 15 minutos de película miras el reloj... y ha transcurrido una hora.
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