Vistas desde el balcón.
No es habitual que nieve en Bilbao, y menos de forma tan profusa, y es que la verdad, creo que no había visto tanta nieve desde que estuve en Moscú.
Imposible no hundir la mano ahí.
La nevada ha sido completamente sorpresiva, y aunque hacía frío, no esperaba encontrarme hoy las calles tan de postal, lo que anima un poco la mañana, ya que podía ir a trabajar como los niños: con una sonrisa y haciendo pelotas de nieve con la que había sobre los coches, pero con cuidado de no resbalarme y caerme.
Ni frío ni calor, que dice el chiste.
Pero todo lo bonito se acaba, y la lluvia ya ha empezado a borrar el cándido manto que adornaba Bilbao. Y digo bonito en vez de bueno, porque es verdad que tanta nieve es un engorro, no tanto para los que vivimos y trabajamos en Bilbao, sino para los que tienen que desplazarse en autobús, tren y tal, que sufren el colapso. Pero el haber podido ser un poco niño por un día, ya no me lo quitan.
Mejor que Olaf, el de Frozen.
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