El patio donde jugábamos y entrenábamos.
Aprovechando que con el tema del mundial está de moda esto del balompié (como si no lo estuviera todo el año), ha venido a mi cabeza el periodo durante el que fui entrenador de futbito.
El entrenador
El entrenador
Era el año 2000 (¡el futuro ya había llegado!) y un amigo me contó que estaba entrenando a un equipo de instituto, concretamente el de categoría cadete femenino (14-15 años) y que necesitaba alguien que le ayudara, pues a veces tenía que trabajar y no siempre podía ir a los entrenamientos ni los partidos. Y como soy alguien a quien no suele ser muy difícil convencer, accedí.
Me tocó aprender a marchas forzadas el reglamento, ya que una de mis funciones acababa siendo arbitrar los partidos de casa (cosa que me horrorizaba), pero por suerte la parte táctica y técnica no era demasiado compleja. Al final era prácticamente "salid, jugad y no os lesionéis ni lesionéis a nadie" y repartir más o menos los minutos para que todas pudieran jugar (a menos que pasaran del tema, que había alguna más pendiente de charlar con la banda que del balón).
Estuve entrenando dos años, de los cuales el primero fue una experiencia muy bonita, ya que las chicas se lo tomaban en serio y los resultados solían ser positivos, lo que sin ser lo más importante, siempre era de agradecer. Llegaron incluso a clasificarse para playoff, y siempre recordaré esa emocionante tanda de penalties en la que consiguieron el 7º puesto. Recuerdo que ninguna se atrevía a tirar el tiro decisivo, y les decía "a ver, lo tiraría yo, pero creo que el árbitro no me va a dejar".(Y mejor, que con lo zoquete que soy, seguro que yo sí lo hubiera fallado).
El segundo año lo recuerdo peor. Empezaban a pasar de los entrenamientos, y no había manera de que se tomaran las cosas en serio. Tengo el recuerdo especialmente malo de un día que después de pegarme el paseíto para ir hasta el instituto, no se molestó en venir nadie y me tiré toda la tarde esperando como un tonto... para más señas el día de mi cumpleaños. Esa temporada casi ni recuerdo cómo terminó, pero sí que hubo muchas bajas a mitad de temporada, y partidos que no se llegaron a jugar por no tener el número mínimo de jugadoras.
Sin embargo, pese a esa segunda temporada, el balance de los dos años lo doy por positivo, ya que fue una vivencia interesante y otra manera de ver este deporte. Lo que sí recuerdo con horror eran los madrugones y palizones de tenerme que levantar a horas intempestivas los sábados para ir a jugar a los pueblos más recónditos de Bizkaia, muchas veces (qué narices, siempre) habiendo salido hasta las mil y monas el viernes, y volviendo a casa con una borrachera de campeonato.
A veces me pregunto qué habrá sido de las jugadoras y si se acordarán de mí.
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