Yo no fui.
Por obra y gracia del reproductor aleatorio de Netflix acabé viendo esta serie que encaja muy bien en una frase que leí por ahí, que la definía como "thriller mexicano con alma de culebrón".
Empezaré diciendo que eso es un guilty pleasure de manual, una de esas series que siendo malas, tienen algo que engancha y se hace fácil de ver. Nos cuenta la historia de Alex, un hombre que se ha tirado 18 años en la cárcel, pagando por un asesinato que nunca cometió, el de su hermana Sara. Sara salía entonces con Rodolfo, amigo de Alex e hijo de un supervillano muchimillonario, y lo que sabemos es que Sara murió en un "accidente" haciendo paracaidismo. Álex, que se ha tirado 18 años en la cárcel aprendiendo a ser el mejor hacker del mundo (todo muy creible, sí), sale con la idea de la venganza en la cabeza, y se quiere cargar a la familia de Rodolfo, los Lazcano.
La serie nos irá contando cómo la cosa se complica, a la vez que nos muestra los tejemanejes del vil César Lazcano, al que interpreta con bastante gracia Ginés García Millán (pese a que descoloquen sus constantes vaivenes entre hablar como un narcotraficante mexicano y de repente sonar un señor de Murcia) y los flashbacks que nos van arrojando luz sobre lo que sucedió, lo que hacían los personajes y qué hacía Sara.
La trama se irá liando, mientras sirve de excusa para mostrar cuerpos esculturales, escenas de sexo sin venir a cuento y las maldades de César Lazcano, que en cualquier momento parece que vaya a soltar un "jajejijoju", mientras Álex (Manolo Cardona, que parece Leonardo Sbaraglia de Mercadona) lanza sus miradas intensas y el resto del reparto trata de solventar quitándose ropa sus carencias interpretativas.
Aunque lo que sí me chirría, y mucho, es la trama de la compra del bebé, y cómo tratan de romantizar la gestación subrogada.
Sin embargo, no voy a mentir, me he divertido viéndola y todo indica a que cuando dentro de dos semanas estrenen la segunda temporada ahí estaré para verla.
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