El fatídico pantallazo.
Era la crónica de una muerte anunciada. Ayer fui al gimnasio y, como suelo hacer, abrí la aplicación de Netflix que viene instalada en la máquina de cardio, introduje mi usuario, introduje mi contraseña y daba error. Comprobé con el navegador web de la propia máquina que hubiera metido bien la contraseña y accedía a la cuenta, pero no reproducía vídeos.
La temida amenaza de Netflix se había hecho realidad, de modo que cuando llegué a casa, yo hice realidad la mía, anulando la suscripción. De nada me sirve pagar la cuota por una cuenta cuyo principal uso es ver series en el gimnasio cuando no puedo ver series en el gimnasio, y como salvo que me lleve la máquina a casa no la voy a poder conectar a mi wifi doméstica, me temo que es un problema sin solución posible.
Me jode, porque he disfrutado muchísimo de estos años con Netflix, puesto que pese a sus incomprensibles políticas de cancelar series, su catálogo seguía siendo una maravilla y su aplicación la mejor del mercado. Pero ellos solitos han decidido matar su producto.
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