Roleros sin fronteras.
Recién aterrizado en casa, toca hablar del fin de semana, que viene en lunes y más cargado de lo habitual, ya que como señalaba el viernes, he estado de viaje, en una casa rural de roleros en A Lama, Pontevedra.
Y esto empieza el viernes, con un terrible madrugón (el avión salía a las 7 de la mañana), vuelo a Coruña y desde ahí tren a Pontevedra, donde me recogen y vamos a tomar algo, el pintxopote con tortilla y empanada, y luego a meternos una buena ración de pulpo. Hacemos algo de compra, y un incidente con una llave de coche que desaparece nos hace llegar a la casa más tarde de lo previsto. Vaya casoplón, por cierto.
Nos instalamos, salimos a cenar algo algo al bar del pueblo y empieza el rol, donde dirijo otro pase de mi vivo 7 años y un día. Por la noche estos siguen jugando, pero yo me retiro pronto, que estaba que me moría. La verdad es que esa noche, como la calefacción tiene la feliz idea de no encenderse, duermo fatal, pero el problema se resolvió al día siguiente, así que bien.
El sábado por la mañana se nos va un poco entre pitos y flautas y nos vamos a la comida, que como hace bueno la hacemos en el exterior, con un exquisto arroz bomba, acompañado por empanada, mucha empanada.
La tarde trae partidas. Jugamos El asesino de Nostradamus, una partida de FATE, ambientada en el Seattle de 1972, que no alcanzamos a terminar, pero que queda muy satisfactoria y peliculera, y por la noche, después de cenar, más rol, y pruebo Slayers (nada que ver con el anime homónimo) y a dormir.
El domingo por la mañana va de descansar, y para comer nos vamos a un sitio donde nos dan ingentes cantidades de cocido, con más carne que un capítulo de Juego de Tronos, y tanto postre que acabamos pidiendo que nos lo pongan para llevar.
Por la tarde probamos una joyita de rol intimista, a medio camino entre el storytelling y el rol en vivo que es Cool and lonely courage, sobre mujeres espías en la segunda guerra mundial, muy emotivo, y por la noche empezamos una de Dark Cthulhu ambientada en Delta Green, pero pese a que estaba interesante, el sueño me vence y abandono la mesa antes de terminar.
Llega el lunes. Un poco de incertidumbre mañanera, pues nuestro anfitrión tiene que salir a resolver unos asuntos urgentes, y además se queda sin móvil, así que tenemos ese momento de "¿y qué hacemos ahora?", pero por fortuna todo se resuelve y tras recoger todo, nos vamos a Pontevedra a recoger. Pero aún quedaría emoción, pues un error en la estimación horaria hace que, tras prácticamente esprintar, llegue a la estación a las 16:48 para coger un tren que salía a las 16:50.
Sudando, con las pulsaciones a 100 y la comida aún en la garganta, llego al tren, que media hora más tarde me dejaría en Santiago de Compostela. Y como tengo un margen amplio, aprovecho para acercarme a la plaza del Obradoiro y ver, aunque sea muy por encima, la famosa catedral.
De ahi un taxi que me lleva al aeropuerto, donde sin incidentes cojo el avión, que resulta ser pequeño pero cómodo (y como no va lleno me dejan coger el asiento que está junto a la salida de emergencia) y llega a Bilbao media hora antes de lo previsto, donde mi intención de volver a casa en autobús se ve truncada al ver que faltaban 36 minutos, cosa que me hace decidirme por un taxi.
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