jueves, 24 de abril de 2025

Crónicas tesalónicas

Fui a por la copa y me la traje.

Esto empezó el martes, yendo al aeropuerto un poco más tarde de lo previsto, pues el vuelo que tenía que salir a las 14:00 terminó saliendo a las 15:30 (por suerte avisaron con margen, así que simplemente salí más tarde de Bilbao). En Loiu ver caras conocidas, atender a la prensa, hacer un poco el friki... Estaban también los jugadores, pero mejor dejarlos a lo suyo. Ya les daríamos la chapa después del partido. 

Tres horas de vuelo y llegamos a Salónica. Allí un importande despliegue policial nos escolta hasta el hotel. Nos instalamos y paseo nocturno por el puerto, donde me ceno un gyros del tamaño de mi antebrazo. La gente, al ver que somos aficionados del Bilbao Basket nos saluda por la calle. Los del Aris de Salonica nos desean la victoria, los del PAOK lógicamente no (pero todos muy amables y educados, la verdad). Vuelta al hotel, a intentar dormir, aunque un mosquito griego tenía opiniones.

Miércoles: el día D. La mañana es para turistear y hacer un poco el friki, llenando la ciuda de canturreos baloncestísticos, hasta la hora de comer. Comemos y al hotel, donde un autobús nos recoge y ahí empieza la aventura de verdad.

Por un tema de seguridad nos habían comunicado que todos los aficionados del Bilbao Basket teníamos que llegar al pabellón a la vez y dos horas antes de entrar al partido. Nos llevan al puerto, donde la policía nos cachea uno a uno, revisan el autobús y nos conducen, con todo un convoy, al pabellón Palataki, en cuyas inmediaciones había, apostados como cuervos, centenares de aficionados griegos. 

El pabellón por dentro.

El ambiente, ya desde el principio, es impresionante. Aún faltaban dos horas y ya había gente cantando y gritando, y cada vez que cantábamos Bilbao Basket, ellos trataban de taparnos cantando más fuerte. Fue especialmente espectacular el momento de empezar el partido, cuando miles de rollos de papel hicieron que la cancha pareciese una pista de esquí. Gritos, aplausos, cánticos: el infierno griego había empezado.

Llegaba por fin el ansiado partido. No voy a hacer un análisis deportivo, que para eso están los expertos, pero sí que hablo de mis sensaciones. El partido empezó bien, con igualdad en el marcador e incluso tímidas ventajas, con un segundo cuarto de ensueño, que nos permitía llegar diez puntos arriba al descanso.

Los griegos tenían que levantar ahora 17 puntos en 20 minutos, pero ya demostró Bilbao Basket contra Dijon que se puede hacer, e incluso en menos tiempo. Un tercer cuarto terrible en el que se comen la renta y los de PAOK pasan a ponerse dos puntos arriba. Quedaban diez eternos minutos para defender un escaso +5, contra un público totalmente venido arriba, que rugía con cada canasta.

Siguen recortando y los peores pronósticos parecen cumplirse cuando a falta de unos tres minutos se ponían ellos diez arriba (+3 en el global). Parecía que la pesadilla de Charleroi se iba a repetir, pero entonces Bilbao Basket sacó fuerzas de flaqueza y logró remar hasta llevar el partido con algo de ventaja a los últimos segundos. Cuando finalmente, con el 84-82 el reloj anunciaba el final del partido, la euforia saltaba por los aires. Bilbao Basket por fin era campeón de algo.

El pasajero 22C, que era yo, se llevó la camiseta firmada por los jugadores.

Lo que siguió fue el delirio absoluto. Cánticos, abrazos, aplausos, los jugadores subiendo con el trofeo a la grada... Mención especial a los aficionados de PAOK, que supieron digerir la derrota con deportividad y protagonizaron un total de cero incidentes violentos, felicitándonos por nuestra victoria.

Ya con la copa tocaba volver. El autobús nos lleva al aeropuerto, donde sigue la fiesta, ya que volábamos en el mismo avión que la plantilla. Alguno, muy venido arriba, incluso escanciaba vasos de vino a los aficionados. En el avión la fiesta continuaba, sin que el cansancio (el avión salió de Salónica a eso de las 0:15, hora griega y llegaba a Vitoria a las 3:30) impidiera las celebraciones. En Foronda seguía el cachondeo (qué diferente habría sido el viaje de haber perdido) y allí nos recogían los autobuses para Bilbao.

Aproximadamente a las 5 de la mañana llegaba por fin a casa. Cansado y sudado, pero tremendamente feliz.

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