El buho de Budapest
Sábado
Budapest cuenta, o eso decía la guía, con la línea de metro más antigua del continente, y segunda del mundo después de Londres. Y lo cierto es que las paradas de la línea 1, así como sus vagones, eran bastante bonitos. Y dado que el sábado amaneció con una terrible lluvia, decidimos tomarnos el metro como un atractivo turístico más, y hacernos la línea 1 entera, aprovechando que la primera parada la teníamos al lado del hotel.
Así pues, nos fuimos hasta la terminal, y tras asomar el hocico, bajamos una parada, y llegamos a un sitio que teníamos en la agenda, y al que volveríamos después: el balneario Schezeny. Ahí entramos sin saber lo que era, "¿es un edificio gubernamental, es un centro cívico?", y allí nos confirmaron lo que era. Vencemos la tentación de entrar de ipso facto, y seguimos con nuestro camino, hasta llegar a la Plaza de los Héroes, donde nos encontramos con algo tan típico en Budapest como una boda de coreanos.
Opa, Gangnam wedding!
Seguimos bajando, siguiendo el recorrido del metro, hasta que alcanzamos el siguiente hito en nuestro camino: el museo del terror, donde nos ilustramos sobre las ocupaciones nazi y comunista de Hungría, y en el que me gusta el enfoque no maniqueo que se le da, explicando que tan cabrones eran unos como otros. Y donde vemos, además de cosas curiosas como las mazmorras (el museo estaba en lo que fue la sede de los nazis primero, y de los comunistas después), un laberinto cuyas paredes estaban hechas de jabón. Y vemos también un auténtico tanque de la segunda guerra mundial.
Seguimos con nuestro recorrido, hasta llegar (tras una buena sesión de rica pizza) al teatro de la ópera, un espectacular edificio del que se dice que el emperador Franz Joseph (Pacopepe para los amigos) no quiso volver a visitar, pues era más hermoso que el de Viena, en el que estaba basado. La verdad es que el edificio era bien bonito, y al acabar, una sesión musical, con un pequeño concierto.
¡Trololó!
Terminamos de hacer el recorrido de la línea 1 del metro y llegamos de nuevo al Puente de las Cadenas, para coger otra vez el funicular, y rehacer las fotos de Buda que se habían echado a perder al corromperse la tarjeta de la cámara (por suerte, pudieron ser recuperadas). Aunque nuestro intento de visitar San Matías se frustra al cerrar ese día más pronto. Damos un par de vueltecillas, pero al llevar todo el día andando, el cansancio comienza a hacer mella. Así que cogemos otra vez el metro, y nos vamos, esta vez con los bañadores y las toallas en ristre, al balneario Schezeny.
Schezeny se caracteriza por dos cosas. Una son sus aguas termales, con baños de hasta 38 grados, y otra, que es al aire libre, por lo que el contraste con el frío de la calle hace que el baño sea aún más agradable. Nos costó un poco entrar, ya que en la taquilla nos sentimos un poco como Paco Martínez Soria ante tanta opción. Pero nos apañamos, y al de un rato ya estábamos en el agua, disfrutando de una deliciosa sesión de amebismo.
Frío por fuera, cálido por dentro.
Y ya cuando salimos, que era de noche (algo no muy difícil, si tenemos en cuenta que anochecía a las 5 de la tarde), por lo que nos fuimos a cenar algo, pero cerca del hotel que llovía. Concretamente, a un sitio bastante mejor que el del día anterior, un sitio más húngaro, donde doy buena cuenta de una rica sopa dulce, con albóndigas de requesón (de chuparse los dedos) y para postre algo tan típico como unos strudels.
Sigue.
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