El buho se despide del hotel.
Martes
Era el último día, y a las 13:55 (teóricamente) salía nuestro avión. Así, a las 12:00 nos recogía el minibús para ir al aeropuerto. Eso significa que aún nos quedaban unas horas, por lo que volvimos a coger el autobús que nos llevaba a Buda, para ver algo que estuvimos a punto de perdernos: el Laberinto de Buda.
Era una de las cosas que más ganas teníamos de ver, pero las informaciones eran contradictorias. En algunos sitios lo deban por cerrado. En otros por clausurado. Pero casualmente el día anterior, vimos un mapilla en el que ponía "Labyrinth - Panoptikon", que podía parecer, y ahí nos fuimos.
Un primer escollo fue adquirir los tickets, pues nos habíamos fundido los florines y no aceptaban tarjeta. A cambiar moneda a una casa de cambio de precios exageradamente abusivos (225 florines por euro, a diferencia de los 265 habituales), y de nuevo a la taquilla.
El "laberinto" esperaba.
Del laberinto me quedo con la atmósfera que conseguía en algunas partes, especialmente en la dedicada al Drácula histórico, el príncipe Vlad Teppes, que estuvo aquí encerrado durante 10 años por tocar las narices al Rey de Hungría. En esa parte, la música de la película de Coppola y la niebla artificial generaban un bonito y tétrico ambiente.
¡Sacadme de aquí!
Y con eso, y un último paseo por el Bastión de los Pescadores, dimos por finiquitado Buda. Llegamos sin prisa al hotel, donde nos recoge el minubús, y al aeropuerto, donde sufrimos un retraso, del que ya informé en directo.
Tomamos el vuelo a Bruselas, y allí cogemos el tren que nos lleva a la ciudad. Visita exprés, la Grand Place, el Manneken Pis, y las tiendas de chocolate. Chococompras, un rico gofre y vuelta al avión.
¡Chocolate!
El último vuelo se hace bastante duro, tanto por el cansancio como por un grupo de chavales que tienen a bien pasarse el viaje berreando como si volaran solos. Y ya en Loiu, sobrevivimos a un taxista kamikaze.
Así fueron las cosas. Resumen: Budapest mola mucho.
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