Trieste, una ciudad no tan conocida, pero bonita.
Retomo esta batallita viajera que había dejado en Eslovenia, para volver a suelo comunitario (Eslovenia no era un Estado miembro de la UE por aquel entonces) y entrar por la vía italiana en nuestra siguiente etapa:
Postojna-Trieste: "Volvemos a la UE, tras nuestro periplo por el Este".
En el tren nos tocó coincidir con un personaje que acabó pasando de villano a héroe. Era una señora que estaba en el compartimento de 6, y tuvo la osadía de encenderse un cigarro en un sitio en el que estaba prohibido, y yo me permití señalarle el cartel de "prohibido fumar", a lo que su respuesta fue sacarse del bolso 6 billetes, indicando que había reservado el compartimento entero. "Me parece muy bien- le respondí- y si quiere nos vamos, pero no va a fumar aquí". De mala gana apagó el cigarro, y nos dijo que podíamos quedarnos, mientras marmiaba en su asiento, porque además, en el gesto, derramó su propia cerveza.
Pero al de un rato, estando Olga y yo jugando a las cartas (podría ser el tute, pero no lo recuerdo), a la señora le llamaron la atención, pues nunca había visto una baraja española, por lo que eso dio pie a una conversación en la que ella nos contó un poco su vida, y resultó ser una pianista belga-croata, hija de una condesa, y nacionalista croata hasta la médula, bastante simpática. Lo pintoresco de esta situación es que la señora no sabía castellano ni inglés, por lo que la conversación fue por medio de chapurreos entre alemán e italiano, que eran los idiomas que la señora dominaba.
En cuanto a Trieste, donde apenas pasamos una tarde, la recuerdo como una ciudad bastante agradable, con un puerto muy bonito (¡y una pizza deliciosa!), y la anécdota tonta del tipo que al sacarnos la foto casi se fotografía a sí mismo.
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