Las brujas que no pudieron quemar.
El cartel de esta película me llamó la atención cuando estuve en Londres, pero no llegó a los cines de España, o al menos a los de Bilbao, por lo que no llegué a verla en su día, y he tenido que recurrir a Internet.
Lo primero que me llamó la atención es lo mucho que me recordaba, sobre todo al principio, a la serie Euphoria, lo que es muy lógico si tenemos en cuenta que ambas son de Sam Levinson. También tiene cosas que recuerda a otras películas como Red State, Death Proof o la saga de La Purga.
En Salem, Massachussets (exacto, donde los juicios de las brujas) todo parece ponerse patas arriba cuando un misterioso hacker comienza a desvelar los secretos más íntimos de sus habitantes, lo que desemboca en una delirante oleada de odio y violencia que amenaza con convertir el pueblo en un infierno, tocando por el camino temas como (copio, que soy así de vago) como acoso sexual, sangre, abuso, clasismo, muerte, alcoholismo, uso de drogas, contenido sexual, masculinidad tóxica, homofobia, transfobia, armas, nacionalismo, racismo, secuestro, asesinato, intento de asesinato, la mirada masculina, sexismo, juramento, tortura, violencia, armas y frágiles egos masculinos.
No es casualidad que la acción del pueblo se desarrolle en Salem, pues la película juega mucho con usar elementos tóxicos y peligrosos, presentes en aquella época como en esta, como los linchamientos públicos (literales o metafóricos), los peligros de la turba enfurecida y una reflexión que me gustó mucho: el 10% de la población es buena gente, el 10% unos cabrones y el 80% restante simplemente gente que en un momento dado se puede dejar llevar por un lado o el otro.
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