La mantícora es un monstruo mitológico con cara de humano.
Tras haberle visto en la fascinante y perturbadora Magical Girl, me llamaba poderosamente ver con qué nos sorprendería esta vez Carlos Vermut, y la verdad es que salgo encantado, tras ver una película que consigue ser aún más incómoda de ver y deja a la otra a la altura de feel good movie, ya que el tema que toca es completamente peliagudo. (Trigger warning: toca, aunque sin mostrar nada de forma explícita, temas de, spoiler, abusos infantiles).
Por hacer una sinopsis sin spoilers, la película va de Julián, un diseñador de videojuegos que conoce a Diana, una chica encantadora... y pasan cosas. Todo con el estilo de Vermut, en el que parece que no sucede nada y los planos largos, a veces como de vídeo doméstico, no nos dicen nada de forma expresa, pero nos están contando muchísimo. Y es que la película va bullendo a fuego lento, dejándonos ver la patita (¿espera, es eso lo que acabo de ver? ¿lo he entendido bien?) hasta que todo revienta y nos confirma que sí, que estábamos leyendo bien las señales, y entonces es cuando se vuelve aún más incómoda, porque sin mostrarnos nada de forma explícita, consigue que nos quedemos hechos una bola en el asiento, deseando que todo pase ya, pero a la vez sin poder dejar de contemplar lo que nos ofrece. Y horroriza, porque nos ha ido haciendo empatizar con la mantícora del título y nos hace compartir esa sensación de "todo se ha ido a la mierda, y aún puede ser peor". Un verdadero descenso a los infiernos, contado con una sutileza que se limita a apretar los botones que activan nuestros mecanismos mentales.
Y al mérito en la dirección de Vermut hay que añadir la extraordinaria labor de Nacho González, capaz de inspirar lástima, repulsión, ternura y un montón de cosas y Zoe Stern, que enamora con cada una de sus miradas, sonrisas y silencios.
Una película muy audaz y repleta de mazazos audiovisuales.
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