¿Dejarán entrar aquí?
Vuelvo con mis narraciones chinescas, para decir cosas buenas acerca de su capital, pues entre lo del hotel y lo de la muralla, mala propaganda les estaba haciendo, y hoy me voy a lo positivo.
Me centro primero en la parte más típicamente turística, que es la ciudad prohibida, junto a la plaza de Tianamén, la clásica estampa de la foto de Mao que se ve a mis espaldas. Algo digno de ver, con sus múltiples casitas, aunque te puedes volver loco si pretendes entrar en todas y cada una de ellas, pues aunque bello, no deja de ser enormente repetitivo. Fotos las tengo a docenas, y algunas muy chulas, pero no es plan de marear. Pongo una y a correr:
Tras la ciudad, había un montecillo con un templo que tenía unas vistas preciosas, desde donde se veía bastante bien todo Beijing, pero con unas enormes, casi gargantuescas abejas, del tamaño casi de melones con alas.
Al bajar vimos el único espacio de Beijing en el que no había gente, algo insólito, y luego nos encontramos con un parquecillo lleno de dinosaurios, de los que ya hablaré en otro momento, que tuvo su guasa.
Al bajar nos topamos con unos madrileños recién llegados a China, que pedían ayuda de gente que conociera el lugar, sobre todo sitios para comer, así que con ellos nos fuimos, a comer e intercambiar anécdotas en una divertida sobremesa.
Y por último, antes de abandonar el país, una vuelta por la histórica Tianamén, con unas bonitas vistas.
Ahora, saltándome la lógica temporal del relato, me voy a dos días antes, cuando llegamos a China, para hablar del gran mercado de la seda, un buen sitio para que pueda ir de compras quien guste de precios baratos, vendedores que gritan y eternas sesiones de regateo, o del pintoresco salon recreativo que nos topamos, con una máquina expendedora de, de...
Y también recabó mi atención, aunque no en un aspecto especialmente positivo, uno de los mercadillos de calle, donde vendían comidas tan exóticas como hipocampo, estrella de mar o brochetas de escorpiones... vivos.
Puede que me deje cosas por contar de Beijing, pero creo que las más importantes ya las he contado.
Me centro primero en la parte más típicamente turística, que es la ciudad prohibida, junto a la plaza de Tianamén, la clásica estampa de la foto de Mao que se ve a mis espaldas. Algo digno de ver, con sus múltiples casitas, aunque te puedes volver loco si pretendes entrar en todas y cada una de ellas, pues aunque bello, no deja de ser enormente repetitivo. Fotos las tengo a docenas, y algunas muy chulas, pero no es plan de marear. Pongo una y a correr:
Templo de la feliz sonrisa, pagoda de la eterna satisfacción, o algo por el estilo.
Tras la ciudad, había un montecillo con un templo que tenía unas vistas preciosas, desde donde se veía bastante bien todo Beijing, pero con unas enormes, casi gargantuescas abejas, del tamaño casi de melones con alas.
Parece la snitch dorada.
Al bajar vimos el único espacio de Beijing en el que no había gente, algo insólito, y luego nos encontramos con un parquecillo lleno de dinosaurios, de los que ya hablaré en otro momento, que tuvo su guasa.
Al bajar nos topamos con unos madrileños recién llegados a China, que pedían ayuda de gente que conociera el lugar, sobre todo sitios para comer, así que con ellos nos fuimos, a comer e intercambiar anécdotas en una divertida sobremesa.
Y por último, antes de abandonar el país, una vuelta por la histórica Tianamén, con unas bonitas vistas.
Ahora, saltándome la lógica temporal del relato, me voy a dos días antes, cuando llegamos a China, para hablar del gran mercado de la seda, un buen sitio para que pueda ir de compras quien guste de precios baratos, vendedores que gritan y eternas sesiones de regateo, o del pintoresco salon recreativo que nos topamos, con una máquina expendedora de, de...
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Y también recabó mi atención, aunque no en un aspecto especialmente positivo, uno de los mercadillos de calle, donde vendían comidas tan exóticas como hipocampo, estrella de mar o brochetas de escorpiones... vivos.
Puede que me deje cosas por contar de Beijing, pero creo que las más importantes ya las he contado.
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