Ganadores de la edición 2013 de los premios Darwin.
Esta va a ser una crítica destructiva y llena de spoilers sobre una película que no me ha gustado nada y que obviamente no recomiendo, un intento de thriller que tiene más, sin pretenderlo, de comedia absurda. Un argumento insulso, un desarrollo lamentable y unos personajes hostiables, aderezados con unas interpretaciones bien mediocres, echan por tierra lo que podía haber sido una idea interesante.
Pongamos como premisa que una organización de gente muy poderosa conspira en las sombras para traficar con órganos, y que se dedican en su siniestra actividad a conseguir órganos a la carta para quien se los pueda pagar, incluso aunque para ello tengan que secuestrar y asesinar niños. Pues de eso va la película.
El protagonista es Guillermo, un hijo de papá, surfero donostiarra, que se pasa un día por casa de sus padres, al cumpleaños del hermano gilipollas y sumamente hostiable (el estereotipo de niño raro apasionado de la tecnología) y ahí se encuentra con un carrete de fotos, que utiliza como excusa para ligarse a la prima jamelga de su compañera de piso. Esas fotos resultan contener (así lo descubre el hermanito hostiable) unas fotos que parecen indicar que el amigo de la infancia de Guillermo, que desapareció en extrañas circunstancias, fue presa de una red de tráfico de órganos (efectivamente, así fue) Las pruebas: en el mismo carrete hay fotos de su amigo, y fotos con órganos, en las que pone "órganos humanos", con etiquetas en las que están las iniciales de su desaparecido amigo. ¡Se abre un nuevo caso para Guillermo, el surfero detective!
Con el coche que le regala su papi (un Mercedes Benz) se dedica a hacer sus pesquisas. Primero debe descubrir quiénes eran los antiguos dueños de la casa de sus padres. Y como mirar las escrituras es una locura, considera que es mejor ivnestigar qué inmobiliaria hizo la gestión, y tratar de sobornar con bikinis (literal) a la empleada de la inmobiliaria, para que le den el dato.
Como fracasa en su tarea, se va a ver a la madre de su desaparecido amigo, y le pide a la madre si le deja sacar con el móvil una foto a la foto que tiene del amigo, en la que sale con otro chaval, algo mayor que él (¡tenía amigos que no son de su edad, sospechoso!), y cuando está meditabundo, se percata de que en la foto que ha sacado se ve que hay un papel en el que pone "Colegio" con un número de teléfono. Sí, el papel que está en la foto a la que ha sacado una foto. Y se ve.
Oh, una pista de la que tirar. Llama al colegio y descubre que ahí había estudiado su amigo. Va allí y empieza a mirar los anuarios, con lo que descubre que el amigo raro de su amigo se lama Alberto, y era hijo de los anteriores dueños de la casa, así como su nueva dirección.
Pues nada, oye, cuando llega la noche se cuela en la mansión del tal Alberto, que pese a ser una mansión en la zona pija de San Sebastián no tiene alarmas, ni cerraduras, ni perros, ni nada, y se dedica a mirar cuadernos al azar, a ver qué pilla, hasta que se encuentra con una maleta cerrada, donde ve que el tal Alberto es médico, y de esa maleta roba una llave. pero se larga corriendo de la casa, para que no le pillen.
Se va a la clínica privada donde trabaja Alberto, se cuela en su despacho forzando la cerradura con una radiografía (ojalá me lo estuviera inventando) y en el primer cajón que ve, prueba con la llave robada y, bingo, se abre. Así que debe de servir para algo, por lo que mira dentro y coge una agenda, en la que ve que ha quedado con un tal Jean Christophe (que luego resulta ser una señora), y con su mentalidad de jugador de rol deduce que si el master ha dejado ahí esa pista, tiene que ser por algo.
La cita de Alberto con Jean Christophe es en una suite de 1500 euros/noche en un lujoso hotel, así que opta por la única solución lógica que cabe: alquilar la suite la noche anterior, poner cámaras y enterarse de la conversación. Y ya que está, le comenta la jugada a la prima jamelga, que dice que le parece una ideaca lo de compartir la suite esa noche, aprovechando que está cogida y tal.
Para que no sea todo texto, y alegrar un poco la vista, una foto de la prima jamelga.
Y aquí es donde nos encontramos con el momento más realista de toda la película, cuando después de intentarlo ven que no parece buena idea lo de instalar cámaras, pues ya que están pasar la noche juntos, y cuando Guillermo se las ve muy felices, ella se da la vuelta en la cama y le dice "me puedes abrazar"... Recuérdese que ya había mencionado que la película se desarrollaba en San Sebastián.
A la mañana siguiente, parte por no haber podido instalar las cámaras, parte por el calentón que debía de llevar encima, Guillermo tiene a bien colarse en los conductos del aire acondicionado con una videocámara, para espiar a los malos, aunque tenga que tirarse ahí 24 horas tumbado y encogido. A fin de cuentas es surfero, está acostumbado. (No lo digo yo, lo dice él)
Y vaya si le sirve. Al de unas horas se empieza a llenar la suit de malos: Alberto, la señora Jean Christophe, un forense corrupto, un cura... que se lían a conspirar sobre robar órganos, secuestrar niños, trampear autopsias y demás lindezas, mientras Guillermo lo está grabando todo, y sudando la gota gorda. Y claro, por muy surfero jamelgo que seas, si sudas, eso huele. Y los malos se dan cuenta, así que cierran la trampilla del aire acondicionado, y Guillermo se queda sin ver nada.
¡Pero lo ha grabado todo! Aunque claro, el chico hay dos cosas que no sabe: quién es el maestro Yoda (pero sabe lo que es un giro de 360º) y cómo funciona una videocámara. Y se encuentra con que no ha grabado el sonido, y no tiene pruebas. Pero oye, se da cuenta de que si le van a mandar a tomar por culo en la comisaría, como que da lo mismo. Así que se va a poner la denuncia, y hete aquí que el inspector que le toma declaración, es uno de los malos. "¿Debería poner la denuncia en otra ciudad?", se plantea. No sé, ¿y otra comisaría? ¿Otro cuerpo policial?
Pero el tiempo apremia, y pensar es superfluo. Sabe que el cura va a secuestrar al niño y lo va a encerrar en su iglesia (sin clichés que andamos), así que toca hacer la ruta de las iglesias, para ver cuál es la correcta. Y la encuentran, así que el plan es el siguiente: montar guardia con una tienda de campaña (dos, teniendo en cuenta que va con la prima jamelga) y cuando lleguen los malos... bueno, el plan consiste en montar guardia.
El surfero detective (que las lectoras también tienen derecho a descansar la vista)
Pero la carne es débil, y Guillermo se encuentra a solas con la prima jamelga, esta vez más receptiva que en el hotel, y al de pocos segundos con menos ropa. Pero lo que viene siendo un coitus interruptus cuando llegan los malos con el niño. Guillermo se viste precipitadamente y se cuela en la Iglesia, que está tan vigilada como la casa de Alberto. Aunque putada, el niño está esposado y no se lo puede llevar, así que vuelve al coche, saliendo de casa en modo ninja, sin que nadie le vea.
Y en el coche, se le ilumina la bombilla, llegando a la conclusión de que lo mismo es buena idea llamar a la policía. Claro que en el culo del bosque, tiene a bien no haber cobertura, así que se alejan de la zona, a toda hostia y sin luces, detalle que es aprovechado por un jabalí para cruzarse por el medio. Eso da lugar a una escena sin igual en cuanto a dramatismo y lenguaje cinematográfico, donde sin palabras nos transmiten el horror y la angustia de ver tu vida pasar ante tus ojos en un terrible accidente de tráfico. Eso, o que les grabaron de tapadillo en el Dragon Kahn, porque la cara que ponen es la misma.
Fundido y el prota despierta en un hospital (en la clínica privada de Alberto, ¿en cuál si no?), y se empieza a arancar cables y tubos, como buen paciente. Vemos que ha ido su familia a visitarle, y su hermano (sí, el niño hostiable) le dice que ya es martes, y que la prima jamelga está muy grave, que necesita un hígado o morirá. En ese momento Alberto pasa por ahí, y a punto está de entrar y decirle "guiño, guiño".
Guiño rima con niño... que le den por culo al niño. De la siguiente escena, donde se ve alegremente a Guillermo echando un casquete con la prima jamelga (escena completamente justificada por el guión, ya que deben enseñarnos las cicatrices de la operación) se deduce que opta por decirle a Alberto que pidan un Hígado a Teleórgano, y tan amigos todos.
Fin.
2 comentarios:
Sólo añadir un detalle en el que casi todas las películas suelen fallar: los anclajes que soportan los conductos de aire suelen estar diseñados para soportar los conductos de aire (obviously) y un par de ratas.
Ni de coña para aguantar 30 kilos y ni de lejos los 80, 90 o 100 que pese el protagonista.
Eso... y que los conductos del hotel miden un metro en la salida de aire de la máquina (en el tejado)... cuando llega a la habitación es una toma de 30x20 cm.
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