Es una pena que una foto no pueda transmitir sabores.
Hoy toca hablar de un plato muy simple, pero que para mí tiene algo muy especial, pues de niño me gustaba mucho y tiene siempre ese componente de "regreso a casa", pues tanto a mi madre por un lado, como a mi padre por el otro, les sale muy bien, así que supongo que esta es mi "receta familiar", si bien en esta versión me he basado más en las indicaciones de mi madre. Aunque se da la circunstancia de que, pese a haber metido un par de modificaciones, he conseguido un resultado más parecido al que hace ella.
Bueno, al tema.
La etiqueta es simpatiquísima, por cierto.
En primer lugar, y por sorprendente que parezca, necesitaremos champiñones. Con delicadeza, y mojadas con un generoso chorro de aceite de girasol, metemos las láminas en la olla. La receta decía mantequilla, pero no tenía en casa y, dadas las circunstancias, no me parecía correcto salir de casa para comprar solo eso.
Hemos venido a jugar, así que ahí se va la bandeja entera.
El siguiente paso es calentar el aceite, pues esperar que los champiñones se cocinen por ciencia infusa no suele dar gran resultado, así que procedemos a encender la vitrocerámica (hoy no es el caso, pero no sería la primera vez que me quedo como un tonto viendo que el aceite no se calienta... por no haber encendido la vitro) y cuando se doren un poco los champiñones (de esto nos avisará un olor bastante rico) echamos harina.
La unidad de medida ha sido "lo que quedaba en la bolsa" (al cambio unos 125-150 gramos).
Además de la harina echaremos también agua (medio litro le he echado yo) con algo de sal, y lo dejaremos un rato a fuego lento, hasta que los champiñones se vayan quedando blanditos. Para que no se pegue, es conveniente ir removiendo de vez en cuándo con una cuchara de madera. Una vez estén blandos, pasamos al momento mágico que toda crema necesita.
Ojo, si alguien es capaz de hacerlo moviendo un tenedor muy rápido, no seré yo quien le critique.
Este proceso tampoco requiere demasiada explicación, y ya estaremos cerca de tener nuestra crema de champiñones. De hecho, ya la tenemos, y lo que queda es amoldarla a nuestro gusto. En este caso, estaba demasiado espesa, así que le he echado 200 cl. de agua (con una nueva dosis de batidora) y le faltaba algo de sal (jamás confesaré cómo he remediado esto). Si se quiere, también se le puede echar nata para darle más cuerpo, pero no resulta imprescindible. Otras opciones incluyen nuez moscada (pero sin pasarnos o mataremos el sabor de los champiñones) o freír un poco de cebolla junto con los champiñones (aquí se puede, no es una tortilla).
Un plato rápido de hacer, sin demasiada complicación y que a mí me resulta delicioso.
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