La familia Seed.
En esta nueva entrega de una de las sagas que, por derecho propio, se ha hecho un hueco en el género del sandbox de acción está Farcry, que en cada nuevo juego nos cuenta una historia distinta y esta vez nos envía al ficticio condado de Hope, en Montana, donde una peligrosa secta ultracristiana, la Puerta del Edén, se ha hecho con el control y tiene a toda la población bajo su yugo, a merced de los peligrosos discursos de su líder, el predicador (y gemelo perdido de Risto Mejide) Joseph Seed.
Empezamos siendo el ayudante de un sheriff, que acude a Hope con la intención de detener a Seed pero, spoiler, sale mal y nos veremos introducidos en una espiral de tiros, exploración, violencia y misiones secundarias que plagarán el minimapa.
Aunque introduce algunos cambios gordos que, a priori no me convencieron, como la ausencia del minimapa o un sistema distinto de obtener experiencia, o la desaparición de las icónicas torres de control que permitían ver más territorio, el juego consigue ser igual de divertido, ya que conserva su toque gamberro, las escenas llenas de adrenalina y la crítica social es a una realidad muy existente y cercana, lo que hace que sea más fácil conectar (a ver, que si no, tampoco iba a pasar nada, que aquí uno viene a liarla).
Una de las novedades más interesantes que aporta (además de poder hacer coches bomba o saltar desde aviones en marcha a gran altura) son los pistoleros. Aquí no estaremos nunca solos del todo, puesto que podremos tener acompañantes que nos ayudarán en nuestras matanzas de paletos virtuales.
Además, uno de sus tres finales conecta directamente con el siguiente juego, el New Dawn, algo que hasta ahora no se había visto en la saga Far Cry.
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